MÚSICA ¿SERIA?
La música clásica a menudo es considerada aburrida, lejana, seria. Su público normalmente son personas de una cierta edad y de cierta posición social. Pero, ¿por qué?
Este concepto que se tiene de la música llamada clásica está bastante extendido, incluso entre personas que jamás han escuchado una pieza de estas características.
Empecemos por el principio. Quizás la denominación, a muchas personas ya les eche un poquito para atrás. Le (mal) llamamos música clásica. Este término alude al periodo del Clasicismo (Mozart sería uno de los referentes, por ejemplo), y con este término específico, aludimos a un montón de siglos, que abarcan más o menos desde el Barroco hasta casi casi hoy en día. Aunque esta palabra se refiera a un periodo artístico, cuando escuchamos “clásico” muy a menudo hacemos una asociación con lo anticuado, obsoleto, incluso rancio.
Otro término que se ha utilizado en cantidad de libros y tratados es el de “música seria”. ¿Seria por qué? ¿El resto de música no es seria? ¿Seria en cuanto a carácter, en cuanto a importancia, en cuanto a qué? En cualquiera de los casos, este término aleja a la música del oyente de a pie. No puede haber música menos seria y más concebida para la diversión que el Carnaval de los animales de Camille Saint-Saens, o el Children´s corner de Debussy.
Y otro término que aún chirría más por lo pretencioso que tras él se esconde es el de música culta. Este se reserva el derecho de ser música para entendidos, para eruditos, para músicos. Pero ¿acaso la música no es de todas y para todas las personas? Más alejamiento.
Otra de las cosas que alejan la música académica del público general, es la etiqueta. El dress code de por sí es muy elitista: chaqués, pajaritas, elegancia por doquier. En sí es una cuestión de formalismos, pero estos detalles también indican para qué tipo de personas está dirigida o a qué determinado público se espera en la sala. También el hecho de que las y los músicos estén subidos en un pedestal, a gran distancia del público, también favorece el alejamiento, y no sólo el físico.
En los conciertos de música académica hay una serie de normas, de reglas no escritas, que muchas veces ponen tenso al que no las controla. Es más, si te saltas sin querer alguna de ellas, enseguida habrá alguien entre el público que te recrimine de alguna manera, con una mirada fulminante, con una sacudida de cabeza, con un “shhhhhh”. Y es que muchas veces parece que este tipo de música sólo la puede apreciar el que conoce este código, el que domina este lenguaje, o el que lleva traje y corbata.
Y es que algunas de las normas son no aplaudir entre partes (algo que está muy mal visto entre los “puristas”), pero la realidad es que la mayoría de la gente no conoce ni siquiera las partes. También no entrar a la sala una vez comenzado el concierto, ni hablar durante la representación. Y ojito con toser. Que algunos parece que prefieren que te ahogues en tu propia tos que que les perturbes mínimamente en su escucha. Pero esto no siempre fue así.
Hubo un tiempo en el que el público hablaba, gritaba, incluso cantaba durante la representación (como un concierto en un bar hoy en día), acudían con sus caballos, aplaudían no sólo entre movimientos, sino en plena actuación si algo les emocionaba, incluso abucheaban… Es decir, participaban de la música, la sentían, formaban parte.
Desde ya os digo que si Mozart, Poulenc, Saint-Saens, o muchos otros levantasen la cabeza, se reirían de tanta norma y tanto encorsetamiento. Porque un compositor escribe para que su obra se escuche, no para que se encierre en una burbuja de algunos elegidos y no salga de ahí. Seguro que poco les hubiera importado si alguien aplaude entre movimiento y movimiento de una sinfonía (entre las diferentes partes que la componen) o si alguien entra a la sala cuando ya ha empezado la obra.
Ha llegado un punto en el que se ha producido una selección del público, y parece que éste debe saber de música, conocerla, estar familiarizado… Se ha dejado de lado el disfrutarla, acudir a un concierto por el mero placer de escuchar música, emocionarse.
Creo que es urgente y muy importante que los programadores del sector se centren en la creación de nuevos públicos, y también en el acercamiento a la “masa”. Conciertos a pie de calle, o a ras de suelo, formatos más desenfadados, propuestas audiovisuales. Porque acercar al público no es sólo explicar teóricamente una obra musical, o dejarle dar palmas en la Marcha Radetzky en Año Nuevo. Es atraerlo, hablar su lenguaje, sorprenderlo, integrarlo, emocionarlo. Hablar su mismo lenguaje.
Este verano tendrá lugar la primera edición del Festival Internacional de Música Pamplona Reclassics (además seguirá adelante pese a la situación excepcional amoldándose a espacios y aforos), cuyo objetivo es “presentar la música clásica con la máxima calidad artística e innovación en formatos, géneros y contenidos musicales que conecten con todos los públicos”. Deseando poder descubrir esta innovadora propuesta que arroja un rayito de esperanza para el redescubrimiento y la revaloración de la música clásica.
Para disfrutar de la música no es necesario comprenderla. Es un arte, y está concebido para llegar, para traspasar, para ser disfrutado, para ser compartido. El entenderlo formalmente y saber los entresijos tiene que ver con el músico, no con el oyente. Se ha intentado profesionalizar al espectador, y eso lo aleja. Es como si para ir al Museo del Prado a admirar los cuadros de Goya, tuvieras que saber técnica pictórica. O para saborear un rico sushi en un restaurante, tuvieras que saber hacerlo. Impensable, ¿verdad?
La música clásica tiene un sinfín de variantes, vertientes, géneros y subgéneros. Abarca muchísimas épocas y tiene una inmensa riqueza, belleza, expresión, emoción. Es atractiva para todos los públicos, pero no la han sabido ofrecer. Se ha quedado relegada a un pequeño reducto y el gran público se ha rendido ante esta realidad.
No es la música la que está alejada, sino el formato que se ha aislado y ha quedado reducido a unos pocos. No sólo peligra la continuidad de orquestas, de salas de conciertos, de músicos profesionales, sino el legado de incalculable valor que tenemos con millones de piezas musicales de todos los tiempos, para toda clase de instrumentación, de tantísimos compositores, que escribieron sobre lo divino, pero también sobre lo humano, sobre las emociones, sobre paisajes, sobre costumbres, sobre lugares. La música es universal, y la erróneamente llamada música clásica también lo es. Hecha por auténticos y auténticas artistas, artesanos de la música, conocedores de los entresijos de la armonía. Pero hecha para todas las personas.
Si ha pasado la difícil prueba de perdurar siglos, conservar su mensaje, su significado, su legado, eso significa que es universal.
María Suberviola