MUSAS Y FUSAS
SSSHHHHH
Todo nace del silencio. Cada reflexión, cada conversación, cada llanto, cada carcajada. Y también la música.
La 5ª sinfonía de Beethoven no sería ni remotamente lo mismo sin ese silencio posterior al famoso “tatatacháááán”. El silencio existente como algo expresivo, con emoción, lleno de intención.
No el silencio de esperar callado a que me toque o a que me dejen volver a hablar o meter ruido. Ese es el silencio en el que hemos sido educados “calla, niño, que ahora hablan los mayores”. Un silencio en favor del ruido de otros. Que cumple normas y que no nos lleva a nada.
Esta sociedad vive muy alejada del silencio. Tenemos sobreestimulación acústica, lumínica, inputs que nos llegan a toda velocidad desde múltiples dispositivos a la vez… Tenemos fanáticos en las televisiones que gritan a cada cuál más fuerte para que nos sea imposible escuchar la verdad: escucharnos a nosotros mismos.
Y es que guardar silencio nos da miedo. Porque el silencio nos lleva automáticamente a escuchar. Sobre todo a escucharnos a nosotros mismos, a sentirnos, a entendernos, aceptarnos, dolernos y ser consecuentes. A parar la rueda y a poner en valor lo demás. El silencio nos produce incomodidad, y a la vez lo necesitamos a gritos (curiosa paradoja).
Un silencio que nos conecte y reconecte con nuestro ser, nuestro niño interior. Un ser que se vuelva más empático. Porque al escucharnos a nosotros mismos también podemos estar en otra apertura hacia la vida y hacia los demás: la de escucharles desde dentro.
El compositor norteamericano John Cage (1912-1992) habló mucho sobre silencio. Tras entrar en una cámara anecoica de Harvard, aseguró que éste no existe, ya que el sonido de nuestro latido cardíaco permanece. Y siempre aseguró que el ruido forma parte de la música, precisamente porque el silencio absoluto no existe. Y que el ruido, a la vez, no podría existir sin el silencio.
En 1952, tras mucho tiempo reflexionando acerca del silencio, compuso 4´33´´. Una pieza “para cualquier instrumento o conjunto de instrumentos” con tres movimientos. Todos ellos con la indicación tacet (en silencio). Con esta obra no quiso demostrar la existencia del silencio absoluto, ya que no creía en él, sino en que el sonido extramusical forma parte de la obra musical, es indisoluble.
Y así como la 5ª sinfonía sin esos silencios no sería lo mismo, la vida sin momentos de silencio tampoco lo puede ser. Apaguemos los dispositivos, paremos. Bajemos revoluciones, luces, sonido… Ssshhhhh… ¿te oyes? ¿te sientes? Ese eres tú.
María Suberviola, Musas y Fusas