TU GUSTO COMO VARA DE MEDIR EN EL ARTE NO PUNTÚA
¿Cómo se mide el valor de lo que escuchamos?
A menudo, en entornos en los que se habla de música, tarde o temprano sale a relucir la frase de “es que eso no es música” cuando se mencionan determinados estilos o artistas. Vayamos por partes, y veamos cómo define el término “Música” la RAE: “1. Melodía, ritmo y armonía, combinados. 2. Sucesión de sonidos modulados para recrear el oído, 3. Concierto de instrumentos o voces, o de ambas cosas a la vez, 4. Arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente.”
Por lo tanto, si nos atenemos al más estricto sentido de la palabra, sí podemos llamar música a todo, y cierto es que nuestro gusto personal (subjetivo en todos los casos) no se considera vara de medir en este caso. Sorry, not sorry.
Hay un concepto llamado enculturación por el cual las personas responden a la música de la cultura que les envuelve: a su lugar de origen, su generación, su entorno social… Y es el hecho por el cual (por lo general) a un pamplonica trabajando en el extranjero se le erizan los pelos el 6 de julio al escuchar en un audio de whatsapp que le mandan sus amigos la música de la Pamplonesa, o a una aficionada del Sevilla se le saltan las lágrimas escuchando el himno que popularizó El Arrebato, y no viceversa.
Es decir, cada música tiene su propio contexto, su propio público, su por qué, su para qué. Independientemente de si nos gusta o si la aborrecemos.
“Bueno, me vas a comparar tú la 9ª de Beethoven con la Macarena”. Evidentemente no. No te la voy a comparar, porque sencillamente son incomparables. Cada una de ellas tiene su momento, su contexto, su finalidad, su marco y su público, su proceso compositivo…
En muchas ocasiones necesitamos comparar (y compararnos) para intentar explicar el valor de todo (incluso de nosotras mismas), y bien es cierto que es algo injusto, innecesario y en cierta medida dañino. El valor de las cosas, de las personas, del arte y en este caso de la música y de sus procesos, ya está ahí. Es intrínseco a ella. No por comparar Van Gogh con el dibujo que ha hecho esta mañana mi hijo de 4 años voy a cambiar la realidad del proceso, del sentido, de la intención, del contexto o de la experiencia de cada uno de los dos. Ni por comparar Stravinksy con Don Patricio el valor de la música de cada uno de ellos va a cambiar. El proceso creativo, las herramientas compositivas, la tecnología usada, la población a la que va dirigida, la realidad contextual de cada uno de los dos. Porque cada cual, es. Es lo que es. En su contexto, en su momento, en su medida. Y cada cual, tiene el valor que tiene.
Hace tiempo comentábamos el término “postureo musical”, aquel por el cual presumimos de qué música escuchamos, pero también de qué música no escuchamos o ni siquiera conocemos, porque todos y todas tendemos a definirnos a través de las cosas que nos gustan y también de las que no. Nos auto-etiquetamos a través de lo que consumimos, algo que en realidad es ajeno a nosotros, y muchas veces sentimos que nos ayuda a definirnos en ideologías, clases, etc.
Pero la música (el arte), es. Lo que es. Para cada momento, para cada persona, para cada uso, para todo.
María Suberviola