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NÁUFRAGOS VI

LUNES CRÍTICO
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FOTO: MARTA SALAS
NÁUFRAGOS VI
María Rosario se enfundó los guantes, la mascarilla y se puso el calzado que estaba en el descansillo. Tenía la necesidad imperiosa de comer palomitas y nada ni nadie impediría cumplir el planazo de ver “Los Bingueros” esa tarde, con un buen atracón de cervezas y rosetas de maíz calentitas.

Camino al Trosky, un coche paró repentinamente a su altura y un agente de la seguridad urbana le preguntó en modo amenazante a ver dónde iba.
- “ Al Trosky”, dijo
- “A por un producto de primera necesidad??!!”
- “Sí, claro, a por palomitas”
- “Dónde vive usted? Dése la vuelta!”
- “Pueden acompañarme si quieren, aquí al lado.. verá, vivo sola y quiero ver los Bingueros... yo podía haberles dicho que iba a por tampones... “

El agente Iturri comenzó a enfadarse, mientras, su compañero Armendáriz hacía los imposibles por no estallar en una carcajada, aquello no era serio.

Le dejaron seguir su camino, con la amenaza de que si volvían a verla, no se libraría, como poco, de aquella multa de 601€ tan absurda como desmedida que estaba siendo impuesta a los transeúntes por motivos tan criminales como hacer running (llamarlo así, sí justifica la multa); pasear al perro más allá de una ridícula distancia de la casa de una; sentarse en un banco a aliviar la cíatica o haber olvidado el tíquet de la compra, a pesar de llevar encima enormes bolsas repletas de alimentos y productos de limpieza.

Se desató la tragedia. Las palomitas se habían agotado. Maldijo a quienes se le habían adelantado y pensó otro lugar donde poderlas comprar, enfiló sus pasos a una velocidad propia del Usain Bolt, a una tiendita pequeña regentada por una boliviana, ya bastante más alejada de su hogar. Su ansiedad se acrecentaba por momentos, pensó ya en el empacho con toneladas de esas deseadas palomitas, ahora sí eran necesarias, no volvería a casa sin ellas, así se lo juró, como si en ello le fuese la vida, en su mente de repente sonaba esa canción: “hoy tengo ganas de tí”.

La casualidad o la desgracia, quiso provocar otro encontronazo con los agentes Iturri y Armendáriz pasados ya unos veinte minutos. Maria Rosario pensó que tenía que improvisar algo con urgencia y, no se le ocurrió otra cosa que comenzar a toser de modo exagerado mientras avanzaba a la carrera en dirección al coche patrulla. Los agentes palidecieron a la vez que metían la marcha atrás y aceleraron el coche dejando parte del caucho de las ruedas en la empedrada calle Alpargatería.
Comenzó a perseguirlos al grito de “ayudenmeee!!!!”.
El coche patrulla se llevó por detrás dos contenedores de basura y un andamio. Se desató el pánico entre los dos o tres transeúntes que se vieron sorprendidos por la terrorífica escena. Terminaron por empotrarse en el pasadizo de la Santiaga .
Tras comprobar que los agentes sólo estaban aturdidos -vomitando Iturri-, cambió veloz la dirección hacia el paraíso “alimentación Sucre”.
Llegó exhausta, y sólo acertó a decir “palomitas por dios!”.
Se llevó las 12 cajas de tres unidades que le quedaban a Rosmery y ya, dos cajas de 6 latas de cerveza tostada Paceña.

Por primera vez, en muchos años, alcanzó la felicidad plena al entrar por la puerta de su casa. Ralentizó el ritmo y, con mucho mimo, extrajo el primero de los cuatro envases para microondas que devoraría viendo el peliculón.

Las carcajadas delirantes que siguieron en los siguientes 90 minutos -el tiempo que duraba la película que encumbró a Mariano Ozores-, se escucharon en todo aquel barrio fantasma esa tarde lluviosa.

Cuál va a ser el impacto emocional, cuál el daño psicológico, cuántos los traumas que vamos a arrastrar cuando todo esto termine (que no va a terminar, sólo cambiará el paisaje). Porque ya nada va a ser como antes, porque no pudimos despedirnos ni agarrar de la mano a quien se fue, porque somos criminales, sospechosos frente a la autoridad, frente al vecino chivato y gritón que hace guardia desde el balcón. Porque la ficción ha dado paso a una cruel realidad. Porque no hay gestión posible en este caos.
 

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