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LA MATERNIDAD

Lunes crítico.
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Mujer embarazada.
LA MATERNIDAD

LA MATERNIDAD

Hace unos lunes,  escribí sobre los timos, si mal no recuerdo, olvidé citar uno muy importante: la maternidad.

Cuando ves, por primera vez, esa segunda rayita rosada se te mezclan un sinfín de sensaciones: Ilusión, nervios, incredulidad, pánico, arrepentimiento momentáneo que es sustituido por una felicidad inmensa en pocos segundos -creo que es un acto de autodefensa, el convencimiento de que es una noticia extraordinaria-, “esto no es el fin”, piensas, “es el principio..”: el principio de una aventura, de una nueva vida (literal), de una tarea que nunca te enseñaron, una marcianada: ESTÁS EMBARAZADA. Y estás sola, por más que te bendigan, el ser está dentro de tí y tú ya eres responsable de TODO lo que vaya a ocurrirle, sientes MIEDO.

Si en los nueve meses fantásticos que dura el embarazo, la vida te sonríe, conectas con la criatura, empiezas a amarla sin que aún te la hayan presentado; le cantas y le pones música que crees que le hará bien (yo le ponía Barry White a la primera y Francisco Céspedes a la segunda, ahora me siento responsable de lo que este acto sin intención ha causado en sus caracteres); lloras y ríes de un modo anormal, las hormonas tienen eso: te vuelven un poco loca; imaginas su carita, si será niña o niño, su nueva habitación en colores crema (medio embarazo, como poco, te entretienes en esas estupideces); si heredará tu pedazo nariz, o esos ojos preciosos de tu madre; no piensas mucho más, estás en un estado desconocido, nuevo, emocionante y acojonante. 

Cuando esa tripa enorme ya anuncia la inmediatez del temido parto, desconectas, como si eso no fuera contigo (otro modo de evadir el pánico a tan salvaje acto). Entonces, -esto me pasó a mí- estás viendo en la tele una peli serie B “dos tontos muy tontos” -lo juro- y rompes aguas, no de un modo normal, un tsunami cae entre tus piernas y te doblas de un dolor desconocido. En el recibidor, ya tienes el neceser preparado, el bonito camisón que te ha comprado tu mamá y unas mudas limpias (a estrenar). Bajas las escaleras doblada (no tengo ascensor), el papá va emocionado y tú sin control, muerta de miedo. Llegas al hospital y aún el otro te mete prisa, no puedes caminar. “Mala suerte” te dice la matrona.. “parto seco”. Piensas que va a ser corto, porque ese dolor (qué aún no han inventado el término para describirlo) te hace vomitar y cagar -literalmente-, te hacen un tacto (sin tacto) y te dicen que no has dilatado nada. En ese instante,  y en las restantes horas no te importa la criatura, no te importa nada y odias a ese padre que ronca sonoramente a tu lado (sí, están a tu lado físicamente, deberían de conectarnos con un sensor, a ellos en los testículos, y en cada contracción, pasarles esa corriente dolorosa, ahí justamente, parir juntos y solidarizados). Pasadas siete horas, en que el tiempo pierde el sentido, a la vez que tú pierdes el tuyo, te inyectan un valium (para relajarte) y te bajan al paritorio, aparece un tipo y te pone la epidural, que duele, pero no tanto.... te enamoras irremediablemente de él -el anestesista- , único que te ha hecho un favor en las 8 últimas horas y en tanto tiempo.. y empujas cuando te gritan: ¡¡¡¡¡EMPUJA!!!!!! Pierdes el conocimiento con una maniobra de Kristeller (leo después que está prohibida en casi todos los países desarrollados) que consiste en apretar brutalmente y de modo enérgico con los dos puños sobre el fondo del útero, porque hay sufrimiento fetal, y el bebé tiene que salir YA!. Abres los ojos y no sabes dónde estás, delante tuya una bebé sanguinolenta y una inmensa felicidad que te invade, no sabes por qué, porque nadie te lo contó y lloras, aún sin saber lo que te espera a partir de ese momento.

No os cambio por nada del mundo, a pesar de todos los pesares hijas. Siempre vuestra, mamá. 

“¡¡¡Mamaaaaaá !!!, ¡¡¡Mamaaaaá!!!!!, ¡¡¡Mamaaaaá!!!!!!!!! Hay que joderse, que ya voyyyyyy”.

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