LA CITA
LUNES CRÍTICO
Marta Salas
09:00 14/09/20
Cerró los ojos, se dejó llevar y, en silencio, dio las gracias. En menos de lo soñado, superó toda su espera y expectativas, alcanzando un ansiado, merecido y tremendo orgasmo.
Los ocho años de celibato carnal -y haber quemado un sinfín de satisfyer- le parecieron poco. Ya se podía morir.
Ane estaba muy enamorada de Iñigo, así lo decía de modo machacón hasta su cita.
No sabían por qué -al menos Ane- Iñigo había decidido un buen día dejar de tocarla, no hacer nunca más el amor, así, porque sí o porque no, no hubo explicación. Antes, mantenían una actividad sexual frenética, hasta el primer "no", que se mantendría para siempre más firme e inmóvil que un Guardia Florero.
Aconsejada, en una borrachera, por sus amigas, Ane tomó la decisión de buscarse una cita a través del Kinder -prometían siempre un regalo sorpresa-; decían que era la mejor web de encuentros y, muy animada, se puso a ello.
Tuvo que rechazar a no pocos depravados que, antes de preguntarle por cuestiones de lógico interés, se lanzaban al piropo - soez y poco elegante- refiriéndose a sus enormes pechos.
Cuando el asqueo comenzaba a invadirla y, justo antes de salirse de la web, apareció en la pantalla Serafín, le llamo la atención aquel inusual nombre y en su mente (será al fin...), aceptó rápidamente chatear con aquel tipo calvo, de expresión amable y aspecto "normal". Y todo comenzó a partir de ese instante. Convinieron una cita esa misma tarde.
Mientras, Iñigo se hacía las pruebas del Covid, un agotamiento súbito aquella mañana le hizo pensar que podía estar contagiado del maldito virus.
El resultado no tardó en llegar, justo coincidiendo con el primer encuentro entre Ane y Serafín. Ambas cosas eran positivas, la prueba del Covid y el flechazo a primera vista del amable calvito y la risueña y divertida tetona.
Lo último que imaginó Ane en el momento de aquel extraordinario orgasmo es que tendría que encerrarse los próximos 11 días en casa con aquel marido asexuado y extraño al que creía amar justo un minuto antes.
Vivamos el momento, ese orgasmo, esa mirada, ese silencio, esa risa, la complicidad, el mar, el calor y la luz como si fueran los últimos de tu tiempo. Dejemos de pensar en mañana, en ayer. No existen. No sabemos que hay tras las puertas cerradas. Yo me animo a abrirlas, que no nos lo cuenten.
Y en el lunes, un sábado prometedor.
Los ocho años de celibato carnal -y haber quemado un sinfín de satisfyer- le parecieron poco. Ya se podía morir.
Ane estaba muy enamorada de Iñigo, así lo decía de modo machacón hasta su cita.
No sabían por qué -al menos Ane- Iñigo había decidido un buen día dejar de tocarla, no hacer nunca más el amor, así, porque sí o porque no, no hubo explicación. Antes, mantenían una actividad sexual frenética, hasta el primer "no", que se mantendría para siempre más firme e inmóvil que un Guardia Florero.
Aconsejada, en una borrachera, por sus amigas, Ane tomó la decisión de buscarse una cita a través del Kinder -prometían siempre un regalo sorpresa-; decían que era la mejor web de encuentros y, muy animada, se puso a ello.
Tuvo que rechazar a no pocos depravados que, antes de preguntarle por cuestiones de lógico interés, se lanzaban al piropo - soez y poco elegante- refiriéndose a sus enormes pechos.
Cuando el asqueo comenzaba a invadirla y, justo antes de salirse de la web, apareció en la pantalla Serafín, le llamo la atención aquel inusual nombre y en su mente (será al fin...), aceptó rápidamente chatear con aquel tipo calvo, de expresión amable y aspecto "normal". Y todo comenzó a partir de ese instante. Convinieron una cita esa misma tarde.
Mientras, Iñigo se hacía las pruebas del Covid, un agotamiento súbito aquella mañana le hizo pensar que podía estar contagiado del maldito virus.
El resultado no tardó en llegar, justo coincidiendo con el primer encuentro entre Ane y Serafín. Ambas cosas eran positivas, la prueba del Covid y el flechazo a primera vista del amable calvito y la risueña y divertida tetona.
Lo último que imaginó Ane en el momento de aquel extraordinario orgasmo es que tendría que encerrarse los próximos 11 días en casa con aquel marido asexuado y extraño al que creía amar justo un minuto antes.
Vivamos el momento, ese orgasmo, esa mirada, ese silencio, esa risa, la complicidad, el mar, el calor y la luz como si fueran los últimos de tu tiempo. Dejemos de pensar en mañana, en ayer. No existen. No sabemos que hay tras las puertas cerradas. Yo me animo a abrirlas, que no nos lo cuenten.
Y en el lunes, un sábado prometedor.