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DELHOM EN ALASKA

UNA HISTORIA DEL BOSQUE

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Casa en el campo, vida rural. IMAGEN DE ARCHIVO
UNA HISTORIA DEL BOSQUE

En Agosto del año pasado, en medio del Apocalipsis mediático-político-sanitario, muchas familias tomaron la decisión de marcharse así, de forma abrupta, al mundo rural. Algunas lo consiguieron con relativo éxito. Para otras, no pasó de un planteamiento inicial sin seguidilla.

Para mi escueta familia, supuso una especie de todo o nada. Obviamente, no queríamos permanecer en medio de todo el marasmo y yo me había quedado sin trabajo, así que, ¿por qué no dar el salto definitivo que habíamos esperado desde hacía tiempo pero que no nos decidíamos a dar?

Esta situación ha sido el tema de conversación en este último año: la vuelta al mundo rural, donde multitud de personajes han debatido acerca de las condiciones idóneas para dejar la ciudad y repoblar la inmensa red de localidades casi abandonadas del mundo rural en España. En mi programa de YouTube, Delhom en Alaska, suelo dar cabida a ese tránsito de la ciudad al campo, pero más aún pongo énfasis en todas esas teorías que te dicen cómo debes realizarlo, dónde es el mejor lugar y cuándo; si tienes que tener hijos o no tenerlos, qué tienes que comer, qué huertas son lícitas, etc.

Y es que a la hora de expresar su opinión, muchos son los que dan voz a teorías que parecen muy modernas, muy evolucionadas – y toda suerte de adjetivos que aparentan hablar de algo más apetecible y más válido – pero que suelen estar formuladas por gente muy ajena al mundo rural y que tienen la misma sensibilidad para decirte dónde debes situar tus lechugas que para jugar una partida del Sim City. Pero no quiero centrarme en este tema, el cuál voy a dejar para más adelante.

Para mi, después de casi un año de vivir en el campo de forma continua, lo más importante de haber venido es que uno tiene la sensación absoluta y certera de que algo ha cambiado. Concretamente, la forma que tengo de relacionarme con el entorno. En mi lugar de origen, ya llevábamos unos cuantos años viviendo a unos 15-30 kms de una ciudad grande, siempre en chalets donde plantar huerto, tener gallinas: Era como una simulación de vivir en el rural, aunque con pueblo grande al lado, centros comerciales a menos de 10 kms y grandes autovías. Lo que más me gustaba era aislarme en casa, cuál amo del castillo, a modo de protección amurallada frente a lo que tenía cerca. Hoy en día, es todo lo contrario.

Muy cerca de mi casa hay un inmenso bosque que conecta con otros dos pueblos en sus extremos. Vamos, que puedes ir allí por senderos y caminos de tierra, incluso andando. Un bosque en ocasiones desconocido incluso para los últimos habitantes del lugar, que llevan incluso más de cinco años y que nunca se adentran más allá de ciertos caminos.

Y claro, yo aprovecho todo eso para realizar una especie de inmersión en el bosque y de esa manera encuentro pájaros que realizan sonidos curiosísimos, jabalíes que me evitan – aunque yo pienso que en algún momento se me van a comer y los evito yo -, corzos huidizos, ardillas, cuervos, buitres, zorros y toda suerte de insectos. Por no hablar de vacas sueltas que aparecen de repente en medio de un bancal abandonado que ahora sirve para dar de comer al ganado.

Al igual que hacen el resto de mamíferos, me interno lejos de los caminos y allí encuentro una calma inmensa. Puedo pasar horas dando vueltas escuchando los sonidos de la vida que allí habita. Me siento a cortar maderas para hacer proyectos de bushcraft o simplemente para comer una lata de sardinas y beber algo de agua para hacer una pausa en el camino y siento como ese bienestar me atrapa.

Es entonces cuando entiendo que se puede decir mucho sobre vivir en el mundo rural, que se intentan dar soluciones para repoblar, que unas pueden ser buenas y otras, ideas de bombero globalista, como denunciaba la escritora Ana Iris Simón hace muy poco en La Moncloa. Pero que no hay ninguna más poderosa que la facilidad que tenemos para conectar con nosotros mismos en medio de un bosque de coníferas. Y eso, gentes, no se consigue con excursiones de fin de semana.

De estas cosas y otras hablaremos –si nos dejan-en otra ocasión.

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