SALUD Y ENFERMEDAD

Bacterias, enfermedad. IMAGEN DE ARCHIVO

Ya he mencionado en otro artículo anterior que nuestro cuerpo está organizado en base a un programa único y simple: la supervivencia. Incluso, produce suicidios celulares (en términos médicos, “apoptosis”)… con la finalidad de renovar con savia nueva, con nueva vitalidad, los diferentes tejidos y órganos para cumplir con el programa principal. Y esto pasa en todos los seres vivos: seres humanos, animales y plantas.

Esta forma de actuación se parece a lo que sucede en el reino animal a la hora de permitir el sacrificio de alguno de los individuos para que el grupo sobreviva. Me viene a la cabeza la situación en la que un depredador “se entretiene” con la caza de un animal ya viejo y cansado, permitiendo que el grupo al que pertenece se aleje con tranquilidad.

También es tema de abundantes películas en las que un personaje toma la decisión heroica (ya, en este caso, el proceso es consciente, no como en los animales) de sacrificarse por la supervivencia del grupo, arriesgándose a caer, en el intento de dar salida a una situación crítica para todo el grupo.

En cada momento, en nuestros cuerpos, este fenómeno sucede una y otra vez, ante la interacción de múltiples estímulos externos. Y estos estímulos pueden producirse en diferentes niveles: alimentación (azúcares de fácil absorción, aditivos químicos tóxicos, excesos de todo tipo…), respiración (contaminación aérea), relaciones personales (acomplejamientos, personas tóxicas, desamor, duelos por pérdidas…), ámbito mental (movimiento mental sin control, opiniones tóxicas, críticas, culpas…), realidad energética (interacción de campos electromagnéticos y ondas de diferentes frecuencias, irradiaciones telúricas diversas, por corrientes de agua subterránea…)…

Nuestros cuerpos poseen una capacidad “súper” para adaptarse a esa serie de interferencias… pero es interesante, y necesario para nuestra supervivencia, no sobrepasar unos límites (por desgracia no señalados visiblemente), límites que, de ser traspasados, nos abocarían a procesos adaptativos realmente poco aconsejables: la enfermedad.

En este sentido, toda enfermedad, incluso la provocada por agentes microbianos como lo que estamos viviendo con la crisis del coronavirus, es la consecuencia de un proceso de adaptación crítico que nuestro organismo provoca de cara a nuestra supervivencia individual.

No sé si queda claro… pero la Medicina en su conjunto, a excepción de escasos profesionales tan “raritos” como yo, sigue creyendo en la enfermedad como el resultado únicamente de una invasión externa de una serie de gérmenes (bacterias, virus, hongos…), que son los culpables de nuestros padecimientos y muertes. Y es hacia ello hacia donde se dirigen todos los esfuerzos de investigación y tratamiento: cómo deshacernos del bicho.

Señores científicos: ése no es el camino.

Me viene a la mente durante estos días de confinamiento, y también han aparecido en la pantalla de mi ordenador, artículos y vídeos que versan sobre este tema. ¿Cómo y con quién se inició este delirio beligerante contra los microorganismos? Pues ni más ni menos que a finales del siglo XIX, en un enfrentamiento antológico entre dos figuras que rivalizaron por defender modelos de comprensión diferentes sobre la realidad biológica y el papel de los microorganismos en la vida, en nuestros cuerpos.

Por un lado, Antoine Béchamp (1816-1908), con su teoría de los microzimas, un componente intracelular existente en todo ser vivo, que es el precursor de lo que serán los gérmenes que una célula excrete en su intención de “limpiar” dicha célula de la toxicidad que posea cuando está “enferma”. Estos microzimas mantienen su actividad incluso tras la muerte de la célula en la que residen, pasando a integrarse en otro ser vivo.

Por otro lado, Louis Pasteur (1822-1895), con su triunfante teoría microbiana, identificando a los diferentes gérmenes como los verdaderos causantes de las enfermedades. La aparición de esta teoría coincidió en el tiempo con el perfeccionamiento de los microscopios, y la observación directa de los microorganismos en el escenario de las enfermedades infecciosas dio el resultado final ya conocido.

Como es fácil de comprender, no voy a quitar el mérito y el beneficio para la humanidad de todo lo que posteriormente se ha estudiado e investigado. Pero de ahí a posicionarse en un extremo, el actual, en el que no se le da prácticamente ninguna importancia a las condiciones ambientales del terreno… y todo consiste en cargarse al bicho, por activa (antibioterapia) o por pasiva (vacunación)… va un trecho largo. Excesivo a mi parecer.

No es momento para hablar de las múltiples resistencias bacterianas que se han producido frente a los antibióticos por un uso desmedido, no ya sólo en la clínica humana (que también) sino, incluso peor, en el veterinaria, con la utilización sistemática de los antibióticos en las granjas, en los piensos, como falsa medida “preventiva”, para contrarrestar las condiciones inhumanas de la crianza de animales con destino a nuestra alimentación.

Tampoco me quiero meter ahora con el tema de la vacunación masiva. Parece que todo el mundo mediático está mirando de reojo a la industria farmacéutica en su carrera alocada por sacar al mercado la primera vacuna para el coronavirus… Entonces, ¿qué? ¿café con leche para todos? Parece claro, un sinsentido, el que todos tengamos que seguir una dieta libre de gluten o de lácteos, o de lo que sea… porque haya personas que lo necesiten con urgencia, ¿no? Pues eso: utilizar los remedios de una forma racional, cuando realmente se necesiten, en las poblaciones de riesgo pero no en toda la población.

¿Cuál puede ser una salida exitosa? Cuidemos, pues, nuestra integridad, nuestro cuerpo, a ser posible en resonancia, en equilibrio con nuestras vivencias y nuestras convicciones; cuidemos nuestras relaciones personales; disfrutemos con nuestras actividades (laborales y cualquier otra); tengamos en nuestra agenda objetivos pendientes de realizar sin dejar excesivo hueco a la procrastinación, una actitud muy en boga en la actualidad  (y si no conoces la palabra, merece la pena que mires el diccionario, que es lo que yo hice la primera vez que la escuché).

¿Te apuntas a conseguir ese mayor equilibrio interno y no necesitar de otros remedios?

Salud para ti y los tuyos.