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Y yo ¿qué puedo hacer?

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Ilustración del concepto de defensa del sistema inmunitario. IMAGEN DE ARCHIVO
Y yo ¿qué puedo hacer?

Aprovecho que hoy mismo me han hecho una entrevista para colocar la atención en lo que realmente deberíamos prestar atención.

¿Qué puede hacer una persona por sí misma respecto a su salud? Si esta pregunta ya es importante planteársela en términos generales, en cualquier circunstancia, cuánto más en estos momentos en los que parece que la humanidad “está siendo amenazada” por un virus.

La primera idea que me viene relacionada con este tema es que el sistema inmunológico es la única defensa real que tenemos frente a cualquier invasor. Y, claro, también contra la Covid-19. Y las personas debemos saber que muy mucho va a depender de nosotros mismos.

El sistema inmunológico es la única herramienta que poseemos para neutralizar cualquier tipo de germen, virus incluidos. Y, por desgracia, la mejor manera de fortalecer el sistema inmunológico no es por medio de las vacunas o medicamentos. Eso no quiere decir que, en cualquier momento, no sea necesario echar mano de la farmacología.

Y aquí otra idea importante: siempre es mejor desarrollar una inmunidad natural que una artificial; sobre todo cuando, como en este caso, no se trata de un virus completo sino sólo una proteína. Ante cualquier mutación que afecte a dicha proteína, la inmunidad se resentirá.

En cambio, al pasar la enfermedad, el sistema inmune ha tenido contacto con la totalidad del germen, con lo que ha generado sensibilización hacia diversas partes del mismo, no sólo hacia una proteína. En el caso de que haya mutaciones, es más fácil que se conserve la inmunidad de la persona hacia la nueva variante.

Otra cuestión no baladí es que la inmunidad artificial suele tener fecha de caducidad, con lo que se genera la necesidad de vacunarse periódicamente con una serie de refuerzos. La inmunidad natural, aunque también suele disminuir con el tiempo, es vitalicia. Siempre quedan desperdigadas diversas células memoria, unos auténticos vigías aleccionados.

En todo este lío montado alrededor de la Covid-19, si prestamos atención a los mensajes que se han escuchado (y se siguen escuchando), el foco de atención está exclusivamente en los productos farmacéuticos.

En un primer momento, fueron los medicamentos que pudieran aliviar o curar a las personas afectadas. Se vieron luchas intestinas para frenar sustancias aparentemente eficaces pero mucho más baratas y accesibles que las recomendadas por el “establishment”.

En cuanto se vio llegar en una carrera portentosa a las vacunas, con unas cifras de eficacia dignas de propaganda electoral, el foco de atención de los “mass media” se concentró en ellas. Y ahí sigue.

Se está colocando la esperanza de control de la Covid-19 únicamente en unos productos farmacéuticos experimentales, sin el tiempo suficiente y necesario como para demostrar su eficacia y, sobre todo, su seguridad. Cuando el mayor foco de atención debería haberse colocado en lo que cada persona, cada ciudadano pueda hacer por su salud.

Vuelvo a repetir la pregunta. ¿Qué puede hacer cada ciudadano por sí mismo? Pues muchas cosas y, muchas de ellas, completamente gratis. ¿Por qué en los noticiarios de los medios no se han prodigado, al menos con tanta frecuencia e intensidad que con las cifras de casos, hospitalizados y muertes, en la difusión de cuestiones fáciles de comprender y fáciles también de realizar por el ciudadano medio?

Pues no. Se ha preferido generar miedo, ansiedad, incertidumbre, desesperanza fuera de lo que pueda hacer la vacuna ideal por sacarnos de este bache global. ¿Y qué es lo que se sabe que produce el miedo?

Desde la Psico-neuro-endocrino-inmunología se observa el efecto inmediato del miedo y sus adláteres: el aumento de secreción de la hormona ACTH por parte de la hipófisis tras la orden dada por el hipotálamo. Efecto directo: el aumento de la adrenalina y el cortisol, las hormonas del estrés.

Si eso ocurriera de forma puntual, no sería importante, pues para eso están: ayudar a la persona a afrontar una situación estresante en un momento dado. Desde la antigüedad, los seres humanos han tenido que afrontar situaciones de alto riesgo, de grave peligro, y estas hormonas le capacitaban para afrontar el evento luchando o huyendo. Y así se consumían estas hormonas. Punto y final.

En la actualidad, el ser humano ha aprendido a sobrellevar situaciones de quizá menor cantidad de estrés… pero de forma mantenida, cronificada. Y debemos saber que nuestro organismo no está diseñado para aguantar carros y carretas de estrés de forma continuada.

Llevamos más de un año de montaje pandémico en el que los medios de comunicación se han hecho eco diario de noticias que han suscitado y fomentado continuamente, en cada noticiario, el temor en la población.

Se ha usado (y se sigue haciendo uso de) un lenguaje de guerra: luchar, vencer, el enemigo, armas… y tomando medidas propias de un estado de guerra: confinamientos, cierres perimetrales, multas, control de las personas, restricción de la libertad individual, cierres de actividades, imposiciones, amenazas, pasaportes…

La creación, en suma, de un estado policial, en el que el vecino o la persona que te cruzas por la calle es un posible enemigo al poder transmitirte algo que lo han anunciado y promocionado como mortal. Y si no me mata a mí, le puede matar a mis padres o a mis abuelos. Más miedo.

El mantenimiento de este nivel de hormonas de estrés está provocando afectaciones en diversos ámbitos de nuestros cuerpos: terreno vascular, digestivo, metabólico… bajando y alterando nuestras respuestas inmunes frente a microorganismos ambientales, con la posible aparición de infecciones, entre ellas las enfermedades respiratorias, así como otras enfermedades autoinmunes.

¿Qué están pretendiendo hacer? Me hago esta pregunta porque no me cabe en la cabeza lo que veo que está sucediendo, si lo que se pretende es fomentar la salud de la población.

En lugar de promocionar la estimulación equilibrada de nuestros sistemas inmunes, se ha fomentado y mantenido un miedo irracional. Ni los gobiernos de turno ni las autoridades sanitarias ni los medios de comunicación han hecho énfasis en las medidas que pueden ayudar a que nuestros sistemas inmunes sean más competentes en este tipo de escenario que nos está tocando vivir.

Según el psiquiatra Dr. Peter Breggin, figura clave en EE.UU. en la erradicación de las lobotomías, el miedo es la herramienta principal que permite a los líderes locales y estatales implementar mandatos irracionales como el uso de mascarillas, cierres comerciales y medidas extremas como permanecer recluidos en casa. En otras palabras, el miedo es la herramienta de la tiranía.

Las personas no estarán de acuerdo con dichas medidas, salvo que estén aterrorizadas. Y existe toda una investigación sobre cómo infundir el miedo en las personas, asustarlas.

El miedo es, sin duda, una de las emociones más importantes para las personas, así como la intervención más poderosa capaz de controlar a toda una población.

Este psiquiatra sigue afirmando que la salud pública es un modelo totalitario. No plantea los daños colaterales o cuestiones de la Declaración de Derechos, la constitución, la libertad, el derecho a que las personas mueran con dignidad, así como la tradición de que las personas y sus propias comunidades tomen decisiones.

No existe tal concepto. Comienza con el supuesto de que lo que piensan los funcionarios de salud es verdad y debe aplicarse sin importar el contexto. Y esto se observa con el globalismo.

Se trata de política, por encima de todo, pero no política partidista (apunto yo) puesto que todos los partidos están jugando al mismo juego. En la cima de este montaje hay personas y organizaciones muy ricas y poderosas. La salud pública se convirtió en algo muy utilizable por el totalitarismo. La Covid-19 ha servido únicamente como una excusa portentosa para implementar un plan para la humanidad, totalmente regresivo en lugar de evolutivo.

El objetivo final, según el Dr. Peter Breggin, es llevarnos a un estado de impotencia, para que puedan “rescatarnos” como a los bebés que lloran tras expresar un sufrimiento.

La ansiedad es un estado en el que ya no es posible pensar de manera lógica. En un ataque de pánico o ansiedad no hay capacidad de pensar. Permaneces indefenso y confundido. Con el tiempo, llega la desesperación y es cuando las personas están dispuestas a hacer casi cualquier cosa.

La ansiedad nos abruma, nos vuelve ineptos, nos hace querer que alguna persona lo solucione. Lo que realmente necesitamos es una persona que diga que no hay nada que temer, que la ansiedad no nos matará; una persona que nos calme y diga que todo va a estar bien.

Todas las personas tienen el poder de controlar su mente y calmarse. La mala noticia es que nadie cree que puede controlar su mente.

¿Qué podemos hacer, entonces, por nosotros mismos? En general: mantener un buen humor, generar buenas relaciones interpersonales, alimentarnos bien, control mental (meditación, yoga, mindfulness…), cambios en nuestra forma de pensar, en nuestro sistema de creencias (harto difícil, lo reconozco), realizar ejercicio con mesura…

Y también tenemos a nuestra disposición, además, una serie de sustancias y suplementos que podemos utilizar para mejorar nuestro sistema inmune.

Existen plantas diversas con cualidades interesantes de cara a estimular o reforzar nuestras capas defensivas: llantén, equinácea, eucalipto, artemisa, gordolobo, tomillo.

También alimentos que nos pueden ayudar: cítricos, ajo, cebolla… así como otros complementos (vitaminas C y D, magnesio, zinc, selenio…).

¿Quién ha visto u oído en los medios de comunicación o a nuestras autoridades sanitarias, colegios de médicos, centros de salud con campañas que hagan referencia continua a este tipo de información? ¿Por qué no lo hacen?

Mi primer y gran consejo, aunque vaya en la última línea de este texto es clave a mi manera de entender: ¡¡apagad los televisores!!

Salud para ti y los tuyos.

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