viernes. 22.11.2024
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DE PRONTO… SIN CORONAVIRUS

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Pueblo, campo. IMAGEN DE ARCHIVO
DE PRONTO… SIN CORONAVIRUS

Pues sí. Hace ya unos días que estoy en Navarra por motivos laborales, y he vuelto a recuperar la casa donde viví junto a mi familia casi catorce años de puro lujo. Esta casona ancestral está incardinada en un pueblecico de la cuenca de Pamplona a escasos veinte minutos de la capital.

Hacía ya tres meses que no venía a Navarra, desde la orden gubernamental de reclusión obligada en nuestras casas, como medida de contención ante la extensión de la dichosa epidemia. Tengo que decir que la experiencia de estos meses, además de ser un auténtico experimento social (de control de la población), me ha reforzado en mi propia observación.

Habitualmente, soy y me tengo como un “animal de costumbres”, y me puedo acostumbrar a algo (a cualquier cosa) muy fácilmente. Puede sonar algo raro… pero no he echado de menos salir de casa. Hombre, eso de tener la playa delante de tu vista y no poder pasear cuando a uno le venga en gana, solo o con mi pareja, sí que ha sido un incordio.

Tengo la suerte de vivir en una zona de Peñíscola que, salvo los aluviones de turistas veraniegos, durante el resto del año apenas hay movimiento de personas. Y en ese clima de cuasi-soledad, he comenzado a escribir mis colaboraciones para navarradigital.es.

Ni a mí ni a mi familia nos ha afectado lo más mínimo esa locura social del coronavirus, a no ser por la gran cantidad de mensajes, vídeos que he recibido, y el hervidero de los grupos de whatsapp en los que estoy incluido.

Puedo comentar que esta ristra de escritos ha sido lo que más me ha ligado a ese virus pretencioso y megalomaníaco, acaparador de portadas y de informativos audiovisuales. Si no hubiera sido por esta excusa, quizá lo habría pasado algo más aburrido…

Tengo que aclarar que en la zona donde vivo, apenas ha habido una mínima muestra del cataclismo sanitario vivido en otras zonas de la geografía española. Pero, aun no teniendo televisión en casa ni utilizar otros medios de comunicación convencionales, no sé cómo se ha colado ese bicho en nuestro hogar.

Bueno, pues, tras tres meses (¿ya tres meses?) de tener que soportar ese “sinvivir” que, como ya he anticipado, en nuestro caso no ha sido tal, he decidido volver a mis consultas profesionales que cada mes realizaba en Pamplona.

Cargado con el documento acreditativo de mi labor profesional… me pongo rumbo a mi tierra. Tras una cuantas horas de carretera, recibimiento con nubes, fresco y agua. Lo he vivido como un guiño que esta tierra me ha hecho como paisano que le ha dejado plantada durante un largo tiempo.

Una vez en el pueblo, saludos, abrazos y besos… y mucho trabajo por delante para adecentar y poner a flote una casa que daba pena verla de cómo nos la habían dejado unos inquilinos desaprensivos. Ha sido una lección práctica de Medicina Preventiva, en toda regla.

Pero… a lo que iba con este título. De pronto… es como que el coronavirus y la dichosa pandemia hayan desaparecido del ambiente que respiro… Y este oxígeno de normalidad, no de ese engendro de “nueva normalidad” que se avecina amenazante, está siendo impagable.

Y como un “colgado” por un alucinógeno superselectivo, como que ya no me apetece seguir dándole vueltas al tema, al bicho, a las autoridades sanitarias y gubernamentales con sus grandes planes de contingencia, asesorados por grandes y sesudos especialistas… Sólo me apetece respirar este oxígeno de pueblo de la cuenca de Pamplona.

Y sí, para el paripé formal en mi entorno laboral, me he agenciado mis mascarillas de rigor. Me sigue pareciendo un despropósito obligar a llevarlas puestas a toda la población, indiscriminadamente.

Y tampoco me apetece un pelo darle vueltas a que no podemos bajar la guardia ante un posible brote en otoño… a si va a haber o no una inmunidad suficiente en la población como para que el bicho no nos dé tan duro como en la primera avalancha. ¿Cómo quieren que se consiga esa anhelada inmunidad de grupo (si preferís uso el término “de rebaño”) si están impidiendo el contacto entre las personas?

Claro, todo esto nos lleva ineludiblemente a colocar en la inmunidad “general” conseguida cuando se tenga disponible la ansiada vacuna. Ja,ja (nótese el sarcasmo). Pues en mi casa no entrará.

Pues tampoco de esa anhelada vacuna me apetece hablar; ni de esa especie de representación teatral que están protagonizando con las diversas fases de los estudios de investigación, lo mismito que con las fases de desconfinamiento.

¿Qué queréis? ¿Queréis que ahora me fíe de lo que hacen una serie de empresas (ni una, ni dos, ni tres) que cada cierto tiempo son multadas con miles de millones de dólares por delitos de falsedad o similares en las indicaciones de sus fármacos, o por ocultar información “no conveniente” para sus intereses? ¿Qué no ocultarán para seguir haciendo lo que bien saben hacer?

La prisa y la necesidad son muy malas consejeras de cara a este tipo de situación, con la “esperanza mundial” puesta en los resultados de unos estudios pertrechados por unos mentirosos compulsivos con un único fin, el crematístico.

Tampoco me apetece hablar de la presión que se ha vivido en algún sector médico a la hora de realizar diagnósticos “por” coronavirus cuando la presencia del bicho era un factor más pero no el determinante de la patología y/o muerte de un paciente.

Ya me muero de risa cuando leo un estudio reciente de la Universidad de Cambrige en el que se plantean varios modelos de medidas sociales (de contención, confinamiento) y sus consecuencias sanitarias sobre la saturación de las UCIs, mortalidad de la población y duración de la epidemia.

Uno de los supuestos pasaba por implantar periodos de confinamiento de 50 días, intercalados por otros periodos de 30 días de duración con alguna apertura en las restricciones. Este modelo no saturaba las UCIs, mantenía una “R” (mide la velocidad de diseminación por contagios) de 0’5… pero todo ello a costa de mantener la pandemia durante al menos dos años…

Yo a estos sesudos investigadores de Cambridge les pediría que, si no tienen otra cosa que hacer, realicen un estudio (de esos tan sesudos) sobre la cantidad de endorfinas y feromonas que se segregan en el cuerpo de las personas cuando se masturban, en dos grupos de personas: con y sin mascarilla.

Como ya podéis comprender, prefiero respirar conscientemente el oxígeno del pueblo y centrar mi atención en el presente que me rodea. Y, si en ésas aparece el tema del bicho, pues simplemente le permitiré que comparta el oxígeno que respiro. Hay para todos.

Salud para ti y los tuyos.

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