NUESTRO RECORRIDO POR LA VIDA (1)
En mi anterior artículo con el mismo título, comencé a esbozar cómo veo el recorrido habitual de la vida desde la perspectiva de un ser humano cualquiera. Lo más habitual es que la personas pasemos la vida arrastrando una serie de cargas, penurias, síntomas… si no nos ponemos a averiguar sobre esos contenidos y los intentamos desactivar o, al menos, aliviar.
En esto consiste la mayor parte de mi trabajo en consulta: ayudar a las personas a entender lo que les está pasando, sus síntomas, sus conflictos, sus dificultades, sus patrones de conducta… para que esos semáforos que permanecen en “rojo” (atención, stop) pasen a “ámbar” (precaución) y, si la persona soluciona los conflictos de origen, puedan continuar en “verde” (puede continuar).
Así, con el semáforo en “verde”, tendría que comenzar realmente el proceso de vida humano, nuestro recorrido como un ser humano individual… pero no es lo que sucede en la realidad.
Supongamos que una persona llega a una situación en la que siente, percibe, que su semáforo está en “verde”. ¿Y ahora qué? La primera cuestión que se me viene a la cabeza, a través de mi experiencia de trabajo y de lo que he leído y estudiado en diversas disciplinas, es que cada persona está compuesta de herramientas dispares y específicas.
Cada ser humano, como suelo decir coloquialmente, es “de su padre y de su madre”; con esta expresión me refiero a que cada uno de nosotros somos prototipos únicos, que no hay clones de nadie, aunque pueda haber personas con algunos rasgos parecidos. Cada uno de nosotros somos una realidad completamente diferente, un espécimen único; incluso los hermanos gemelos (univitelinos) van a (o, al menos, pueden) construir caminos diferentes.
Entonces, ¿de qué se trata ahora? ¿qué hacer cuando no dedicamos nuestro tiempo a padecer síntomas o arrastrar conflictos? ¿qué significa eso que escuchábamos las personas de mi generación respecto al ser “un hombre de provecho”? (y lo pongo en masculino porque en mi caso así era, y en aquel entonces sólo tenía un hermano mayor, chico también).
Así, cuando me planteo esta cuestión en este momento de mi vida, entiendo que el mensaje de ser “un hombre de provecho” estaba un poco intoxicado por las penurias de las generaciones anteriores, “rebozadas” por guerras y posguerras, y esa realidad no concuerda con la realidad que yo concibo ahora.
¿Qué significa, pues, eso de ser una persona “de provecho”? No es la necesidad de triunfar en la vida, alcanzar una posición social dentro de la élite, tener mansiones, yates, servidumbre, construir emporios, poseer cuentas bancarias millonarias… No. Se trata de ser (atención) felices con lo que hacemos, construirnos como personas íntegras a la vez que adaptables a las diversas pruebas a las que nos somete continuamente la vida, y así poder forjar relaciones armoniosas con las demás personas (familia, parejas, amistades, compañeros de trabajo…).
¿Y cuál es el camino para lograr eso que, a todas luces, resulta tan apetitoso de saborear? ¿Cómo podemos saber por dónde se va hacia allí? Bueno, en la vida cotidiana, antes, cuando queríamos saber qué carretera tomar para llegar a algún sitio, usábamos mapas, guías impresas…; en la actualidad, como todo está siendo inundado de tecnología, están los “google-maps” y compañía.
Pero ahora no estoy hablando sobre un lugar físico a localizar en el mapa y hacia donde ir, sino sobre cómo vivir nuestra vida para sacar de ella ese grado de satisfacción que lleva implícito un estado de salud; y aquí, google-maps no sirve.
Hace unos veintidós años, en mi intento continuo de seguir aprendiendo todo lo que podía ser interesante dentro de la generalidad del tema sanitario, me fijé en el “saber antiguo”, esa sabiduría que se relegó al oscurantismo con el advenimiento de la “nueva ciencia”. Estudié Astrología y Espagiria, la rama menor de la Alquimia, la Alquimia vegetal. Ya sé que el exponer esto va a generar en una gran parte de los lectores una gran extrañeza; y, en la práctica totalidad de mis colegas médicos, un rechazo visceral… pero bueno.
Y algo más tarde, en 2003, me llegó Diseño Humano, un sistema de conocimiento integrado sobre el ser humano; una colección de saber muy reciente sobre la faz de la Tierra.
Tanto la Astrología como Diseño Humano nos proveen de unos mapas natales sobre la estructura de cada ser humano… ese tipo de mapas que muestran las pistas suficientes y necesarias para poder conocer de primera mano, sin intermediarios condicionantes, cómo hemos venido a ser y las predisposiciones que arrastramos.
Como poseo un sentido práctico de la vida, lo que se conoce por ser pragmático, en lugar de contentarme en creer sobre lo que me habían dicho o de cavar una trinchera y lanzarme a su crítica teórica más furibunda, lo que hice fue utilizar dichos mapas en mi consulta, con cada paciente y ver qué ocurría.
Estuve varios años utilizando la Carta Astral de cada persona que atendía en consulta, no para nada que interfiriera con mi trabajo como médico sino para observar… y seguir observando si las informaciones que veía en esos mapas tenían sentido en relación a lo que esas personas me mostraban.
A los pocos años, añadí a mi mesa de escritorio el mapa del Diseño Humano de cada paciente… y seguí observando.
Llevado un tiempo considerable observando lo que esos mapas indicaban sobre la realidad de cada ser humano que atendía, incorporé a la consulta algunas de las informaciones que repetidamente veía que “cuadraban” con los casos, y esas informaciones se las fui trasladando a los pacientes como puntos de referencia a prestar atención en sus vidas.
Como mi forma de atender a las personas era (y sigue siendo) mediante citas con una separación de mes / mes y medio, había tiempo suficiente como para que las personas observaran y/o pusieran en práctica algunas de las indicaciones que yo les daba…
En fin, no quiero aburrir con este relato sobre cómo han sido los pasos, uno por uno, por los que he deambulado en relación con esos mapas, esas guías, esos puntos de referencia que tenemos a nuestro alcance de cara a vivir nuestras vidas de una manera más consciente. Simplemente, quería dejar escrito que no hay necesidad de creer en nada… pero sí es interesante en nuestra vida estar abiertos y observar qué cosas puedan tener un valor añadido… y aprovecharlo para sacarle un mayor rendimiento a nuestro prototipo.
Salud para ti y los tuyos.