OPINIÓN - Rey a la fuga
La familia Borbón en España, como buenos franceses, tiene la costumbre de despedirse a la francesa (‘repentinamente, sin decir una palabra de despedida’) cuando se les echa o se les invita amablemente a salir del país. Lo hicieron Isabel II y su nieto, Alfonso XIII, y lo hace ahora Juan Carlos I —lo de «el Campechano» ya le queda muy grande, ¿no?—. Otra de las costumbres borbónicas para estudiar es la de exiliarse solo en repúblicas —quizá porque monarquías quedan cada vez menos—.
La monarquía actual, puesta a dedo por el dictador Franco, fue reafirmada supuestamente en la Constitución de 1978. O eso se nos ha hecho creer durante mucho tiempo hasta que salió a la luz una entrevista de Adolfo Suárez en 1995 donde afirmaba que metió la palabra rey y la palabra monarquía en la Ley para decir que ya había sido sometido a referéndum porque, si se celebraba un referéndum, «perdíamos».
Volviendo al presente, parece que no ha habido, como señalan los periódicos, novia a la fuga (como la comedia romántica protagonizada por Richard Gere y Julia Roberts) porque la reina emérita Sofía —que en esta historia parece ser la figurante de la película— sigue en España, concretamente en Mallorca, mientras que su esposo —esposas las que ha tenido que llevar puestas Sofía mientras estaba casada con él— se ha ido a República Dominicana.
La ejemplaridad del rey en los momentos de la Transición y el posterior intento de golpe de Estado ha quedado soterrada bajo una vida agitada, desde la accidental muerte de su hermano —la concepción popular piensa que eran cosas de niños, pero tenía 18 años cuando pasó—, hasta su escandalosa vida extramatrimonial y sus presuntas relaciones económicas al margen de la ley, que justificarían el enriquecimiento de la Corona española.
Sin valorar quedan los episodios anecdóticos de la caza de elefantes en Botsuana y el posterior «Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir»; el famoso «¿Por qué no te callas?» a Nicolás Maduro y otros altibajos —sobre todo con el cuerpo— de su vida.
En un intento de entender a su majestad, me pregunto qué necesidad de hacer estas fechorías tiene un ciudadano que debe ser modélico y que está tan preparado, como nos venden. Solo se me ocurren dos respuestas: una supuesta predisposición del gen Borbón a ciertas cosas —no voy a profundizar sobre esta idea por la compleja genealogía incestuosa del monarca ni porque tampoco soy un experto en psicobiología— o un infantilismo que se basaría en su inviolabilidad y que llegaría hasta el punto de no querer afrontar las consecuencias de sus actos e intentar algo como «esconderse para que no le riñan», es decir, huir a otro país.
Sea como fuere, habría que reflexionar sobre el hecho de que tengamos un rey actual cuyo único mérito —o demérito, en este caso— es ser hijo de un personaje de esta calaña. Pero bueno, como estamos todavía en época de coronavirus, quiero terminar deseando, como dice el dicho, «Salud y…» ¿Qué era lo otro?