RÉQUIEM
"Quisiera llamaros a todos por vuestro nombre" [1]... quisiera saber qué os motivaba, qué anhelabais, qué miedos teníais; pero, sobre todo, para quién erais tan necesarios que vuestra muerte no ha sido considerada justificable en un momento de miedo generalizado por la pandemia. Estoy convencido que, para algunos, para muchos, vuestras vidas eran valiosas. No os sintáis avergonzados que no tienen razón; no erais ciudadanos de segunda cuya muerte esté justificada por vuestros antecedentes, por vuestra edad ni por la mediocridad de nuestras almas.
Sentiros sólo avergonzados de nosotros que seguimos creyendo y escuchando anhelantes a los que sabemos que mentían en busca, ahora será verdad, de buenas noticias.
Aplaudimos a los médicos a las ocho en punto. Yo sólo aplaudo a los sanitarios de verdad que, sin esperarlo, mentidos por un sistema autocrático que les ha mentido como nos ha mentido a todos y no nos ha dejado esconder nuestros tesoros, a nuestros mayores, a nuestros enfermos, a nuestros muertos de segunda, los que no cuentan.
A lo que yo no aplaudo es al sistema sanitario. Yo no aplaudo a un ministro que da la cifra de bajas diarias con la media sonrisa en la comisura de los labios intentando a toda costa dar una buena noticia a un pueblo manso, miedoso y cobarde que le escucha como a un gurú omnisapiente pese a ser conscientes de que nos han mentido.
Te creímos una vez y el malo fuiste tú. Si te sigo creyendo ahora el tonto lo soy yo, aunque lo intente justificar mi miedo. Mi alma puede tener miedo. Yo, no[2]. Ya ni te creo ni puedo creerte.
Nos mintieron cuando se rieron del miedo en pueblos lejanos o muy muy cercanos. Nos mintieron minimizando el impacto que en nuestra sociedad tendría lo que en otros países estaba sucediendo; nos mintieron haciéndonos sentir bien y escondimos la cabeza debajo de las alas como los avestruces en lugar de prepararnos para la lucha. Quizá no sabíamos, pero no por ello ahora justifiquemos su error como si también fuéramos cómplices.
No. Nos hemos sentido abandonados pero somos tan cobardes que preferimos seguir creyendo las sonrisas y optimismos de los aplausos o las medias sonrisas antes que afrontar como hombres y mujeres adultas la realidad. Nos reconforta pensar en que todo saldrá bien para nosotros silenciando a tantos y tantos a los que me gustaría poner voz, poner queja, poner llanto y, sobre todo, poner nombre. Sí, porque los que mueren tienen nombre y tenían derecho a elegir si protegerse o no; tenían derecho a haberse puesto a salvo; tenían derecho a haber abrazado sólo si el cariño que siempre nos han regalado no ponía en riesgo su vida. Tenían derecho a la VERDAD.
No sólo hay que ejecutar a los culpables; impresiona más la ejecución de inocentes. Así se pensaba en el estalinismo y así de radicales deberíamos ser ahora. Sí. Yo condeno. Condeno a los que debiendo saber no supieron. Condeno a los que debiendo haberse informado no lo hicieron. Condeno su negligencia y exijo el ojo por ojo talmúdico. No soy partidario de condenar los errores, pero si no se exigen las máximas responsabilidades a los negligentes qué clase de ejemplo les daremos a los líderes del futuro cuando vuelvan a poner en peligro nuestras vidas?. Los errores los perdono. Las mentiras no.
¿Seguiremos como ovejas asustadas en silencio mientras se nos degüella; mientras se degüella con la mentira, incompetencia y falacias a nuestros ciudadanos?
Quisiera poneros nombre, sí, a todos. Y que TODOS fuerais importantes para mí. Han jugado con nuestra seguridad y en mi nombre os digo que lo habéis conseguido, sí; tenéis razón; impresiona más la ejecución de inocentes... bienvenidos al comunismo.
Javier Diosdado
[1] Anna Ajmátova. Poema Requiem en el que critica las matanzas masivas del comunismo.
[2] Douches Requiem. Borges.