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El Canal de Suez y una economía dependiente de la luna

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El canal de Suez. Google Earth
El Canal de Suez y una economía dependiente de la luna

A estas alturas a nadie se le escapa que un buque carguero de 400 m de largo, lleno de materias primas, baratijas y piezas para la industria de cada sector, bloquea el Canal de Suez. La naviera Evergreen es la propietaria de uno de los objetos artificiales más grandes del mundo creados por el ser humano. El sector se prepara para un cierre prolongado, podría durar semanas, nos dicen, incluso que preparemos los bolsillos por el previsible incremento de los precios de nuestras tan ansiadas baratijas. Teléfonos inteligentes, ordenadores, carcasas, banderas para colgar de los balcones, las zapatillas más fashion pero cinco euros más baratas que en la tienda de abajo… Sí, también el 12 % del tráfico mundial de mercancías e hidrocarburos. La sangre que mueve nuestro organismo enfermo ha creado un trombo, que es justo lo que nos faltaba.  Todo depende ahora de las mareas, dicen expertos en logística. Es decir, la próxima gran marea que pudiera darnos una esperanza será el 31 de marzo, si para esa fecha hemos descargado aparte —para luego ya veremos qué hacemos con ellas— buena parte de nuestras anheladas y codiciadas baratijas, la línea de flotación se habrá aliviado quizás lo suficiente para que, coincidiendo con la luna llena y una marea de gran coeficiente, la empresa operaria pueda mover el monstruo.

El canal de Suez no es nada más que uno de los muchos "choke points" que hoy existen en este mundo en desglobalización. Con motivo de la presentación del futuro del sector más primario que sostiene nuestras vidas, la minería, el pasado julio se puso encima de una mesa de Pamplona el informe de Sustrai Erakuntza sobre este problema que cada vez nos contrae y arrincona con mayor vehemencia.

Lo sucedido en Suez no deja de ser un aviso de lo que estaría por venir. Porque parece que esta vez ha sido sin intención, aunque lleve tiempo siendo considerado desde los despachos de las élites extractivistas y neocolonialistas. Ha despertado una vez más el fantasma del estrecho de Ormuz, la pesadilla que tanto asusta a medio occidente, también del sueño y la modorra de poderes militares, organizaciones criminales o simplemente gobiernos con cierto poder geoestratégico sobre el control de infraestructuras críticas de competidores, países con reservas de materias primas o cuyo desarrollo económico no interesa por si abandonan su subordinación. Oriente Medio ha cumplido siempre con esas premisas. Centrales energéticas, nucleares, oleoductos, embalses, redes eléctricas, de saneamiento, sistemas de defensa e incluso las redes financieras digitales, hace décadas que están en el punto de mira; han sido objeto de análisis concienzudos que en algunos casos han generado ríos de tinta y en otros permanecen en cajas fuertes a buen recaudo, pues no hay estratega con ansias de dominio que no tenga trazado su sofisticado itinerario para joder a quien proceda, con baja intensidad o a lo bestia.

En cualquier caso, el Evergreen será retirado tarde o temprano y las baratijas llegarán a trancas y barrancas a sus enojados dueños, las banderas lucirán renovadas en sus balcones y las nuevas aplicaciones funcionarán mucho más fluidas para hacernos cantar y gesticular desde un selfi como Gloria Gaynor. El petróleo que queda seguirá languideciendo en su fluir y los bolsillos seguirán vaciándose sin remedio… ¿Será el mercado, amigo? Pues no, será lo que quiera la luna.

Antonio Aretxabala

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