VACACIONES SANTILLANA
Frente al mar, en una idílica terraza, que más bien parecía un escenario de película, observé el ser y el estar de todos aquellos que alcanzaba con la mirada. Agudizando también el oído escuché algunas conversaciones. A mi izquierda, en una de las mesas, una adolescente hacía ascos a un delicioso postre. Lo devoraba, sin mirar a sus padres. Cuando lo hacía, era para protestar de un modo poco afectuoso. Los padres, sonreían forzadamente. Dónde quedaron las vacaciones Santillana?
Dos mesas más adelante, las de primera fila al inmenso mar, otra pedorra comía sin pasión y menos educación una parrillada de marisco. Con una mano se apañaba con las pinzas y con la otra, manejaba nerviosa el móvil. Sus padres no podían interrumpirla, la miraban con miedo y en sus caras una mueca indefinible, entre sonrisa y estupefacción. Cuando terminó la cría aquella parrillada, sobró la brisa, sobraron sus padres y se largó, sin un beso, sin un gracias, sin nada, bueno, con su monopatín eléctrico caro y su desvergüenza. El pasado año, en ese mismo fabuloso paisaje, repasaba el curso con un libro de Vacaciones Santillana, bajo la atenta y relajada mirada de aquellos contentos padres.
Las pocas conversaciones, forzadas; las casi inexistentes sonrisas, forzadas; los postres tan deliciosos, protestados; la niña, mujer; los padres, perdidos.
El mar desaparece; la brisa pesa, pesada; el dulce en el plato ya amarga; los pies antes en reposo, se inquietan; la vida pasa, pasa así, sin más....pero con mucho menos.
Vacaciones Santillana, vacaciones Santillana... gana un viaje al mas famoso parque de atracciones en Miami y mil premios más !!
Me despierto, aún resuena aquella vieja cicatriz de mi infancia. Abro los ojos, aliviada. Ahí están, el mar, ellas y los desdichados, y ese niño pecoso, que me mira mientras pintarajea un cuaderno de Vacaciones Santillana Primero de la ESO... y eso.
Busco nerviosa en el bolso, en mi desastroso y petado bolso. La localizo, por fin, la AK-47, ahí está. Creo que me acercaré a la estación, a por otro Billete de Ida más amable. Apuesto por perderme en esas calles del casco antiguo, donde los chavales están sin sus padres, alegres, libres y sus padres disfrutando en aquella terraza con vistas al mar.
Marta Salas