TODO CAMBIA

TODO CAMBIA. FOTO: MARTA SALAS

Del brillo a la aspereza; de lo extraordinario a lo cotidiano; del recreo al espacio de ahogo; de la mirada al despiste; del tacto al calambre; del sudor a la lágrima; del mar al cuarto, castigado; de la brisa al viento de Levante. Todo cambia.

El viaje comenzó con ilusión exagerada, como comienzan los sueños anhelados. El compañero de viaje se olvidaba de su agenda, sus quehaceres y hasta del rumbo, nada importaba si acompasaba sus pasos con ella. Poco importaba el destino, el del viaje. 

Pero llegaron a la Aduana, y allí, sin multa, les incautaron parte del equipaje. Siguieron su camino hacia ningún lugar, entre risas y delirios. Olvidaron el contratiempo, tenían tiempo, todo el tiempo para ellos.

En un hotelito frente al mar se alojaron, el mar era suficiente, el mar y ellos. 

Llovió a mares y, sin paraguas, saltaron sobre los charcos, celebrando nada, celebrando todo. Todo era oportuno, una enorme nube casi negra asomó por el horizonte. Julio titubeó antes de saltar otro charco. Ángela saltaba y saltaba como si no hubiese un mañana. 

Llegaron exhaustos a la habitación del hotel "La Noyée" y comprobaron cómo la ventana abierta y el vendaval habían provocado la caída del jarrón de la cala blanca, la cala estaba herida de muerte, en el suelo, sin consuelo. 

La nube en el horizonte crecía y se burlaba de ellos. 

Hicieron el amor, para compensar la pérdida de la cala, el mal tiempo y como excusa. Hacía apenas dos semanas no hubiesen caído en la cuenta de ningún suceso externo para quitarse la ropa. 

Prosiguieron su viaje hacia ningún lugar, pero pronto se interesaron por el mapa de carreteras. Ella señaló hacia el Sur, él quería Norte. 

Accedió él para luego protestar a cada rato. Accedió ella para lo mismo. Y así fue que aquella oscura nube se alojó en el asiento de atrás, burlona, maldita. Cada acorde de la guitarra del más grande que resonaba en el auto, era curiosamente desafinado, había demasiado ruido. Forzaron la conversación, no eran capaces de compartir el silencio, antaño tan relajante. Dirigiéndose hacia el Norte Ángela suplicó a Julio que parase el coche en mitad de un paisaje desolador. El nubarrón decidió acompañarla y, entonces, encaminó sus pasos hacia ningún lugar, tal como era el plan inicial. Sola, desolada. 

Cómo cambia el orden de las cosas, de las prioridades, de los pálpitos, del dolor y del gozo. 

"Cambia lo superficial, cambia también lo profundo,  cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo

Cambia el rumbo el caminante

Aunque esto le cause daño

Y así como todo cambia

Que yo cambie no es extraño

(Julio Numhauser)