"TIEMPOS MODERNOS"
20 de julio de 2020 (09:43 h.)
LUNES CRÍTICO
33 grados, 3 de la madrugada.
Blacio se despertó bañado en un mar de sudor, taquicárdico, ansioso y muy asustado.
En aquella abrasadora ciudad interior del Sur se había aprobado la obligatoriedad del uso de mascarilla en todo momento.
Caminaba como cada día desde hacía 5 meses hacia aquel viejo edificio en reconstrucción. El enorme andamio con orientación sur, era su pesadilla diaria, 8 horas le esperaban ese lunes a destajo. El anuncio de multas desorbitadas por el no uso de la dichosa mascarilla le provocaba un miedo atroz. Ya era complicado llegar a fin de mes y encima usar las odiosas desechables, él usó la misma desde el inicio de la Pandemia. El aspecto del tapabocas era amarillento, sucio, las gomas ya no cumplían su función elástica.
Saludó con desgana a sus compañeros. Todos ellos inmigrantes, más de uno sin papeles, y ninguno, con las medidas de protección obligatorias para subir y bajar por el andamio -salvo la asfixiante mascarilla, inútil frente a un accidente laboral-.
A 15 metros de la estructura, justo enfrente, la Terraza "Alma y Paz", de un lujoso local, provisto de un sistema de agua pulverizada que mágicamente refrescaba el ambiente sin mojar ni gota a los clientes.
Allí se sentaban cada día las dos arquitectas y el aparejador que supervisaban la obra. Si observaban en la distancia cualquier anomalía, o a algún obrero que pudiera adelantar el cuarto de hora de descanso, siempre a turnos, se levantaba uno u otra para dar instrucciones o, amonestar, si hiciese falta, al desdichado que quería escaquearse en ese armazón que alcanzaba temperaturas más propias del mismísimo infierno.
La mejor salida para sobrevivir en esa penuria era no pensar, ser como un autómata, programado para realizar cada día los duros trabajos mecánicos bajo ese sol que no daba tregua. Poco más pedían esos desventurados que una nube, una nube que se quedase a habitar justo encima del andamiaje.
Blacio pensaba siempre en su padre, en cómo lo convenció en su lejana y ya casi velada Medellín, para que buscase fortuna en la prometedora España. Ese pensamiento le alimentaba de rabia, sensación que le ayudaba a ser más eficiente en aquel durísimo trabajo. A esta rabia se le sumaba el aborrecimiento, cada vez que dirigía su mirada hacia aquella terraza. Los clientes le parecían espectadores de un lujoso teatro, contemplando la película Tiempos Modernos desde la platea; se podían oír sus carcajadas bajo esas minúsculas y aliviadoras gotas de agua nebulizada.
Súbitamente Blacio perdió el control en el momento en que el Sr Laredo -el malhumorado aparejador- le gritaba desde abajo. Soltó en ese instante la polea que sujetaba un enorme contenedor, precipitándose al vacío desde el alto del andamio, a unos 16 metros de altura. Calculando la aceleración de 9,8 metros/segundo que el enorme bulto alcanzó en su caída, lo que quedó del sr Laredo era algo así como una alfombra tipo kilim. La casualidad quiso que su cabeza quedara fuera del alcance del objeto precipitado, mirando hacia arriba con una mueca de incredulidad.
Desde la terraza, sus compañeras gritaban horrorizadas, no tanto por el dramático final de su colega, sino, por lo que se les venía encima.
La empresa no cumplía, prácticamente, con ninguna de las normas mínimas para realizar obras; no tenían seguros y la mitad del personal trabajaba sin contrato.
Simularon un fatal accidente, culpando de negligencia al aplastado sr Laredo.
Bajo amenazas de los obreros, tuvieron que cerrar bocas a base de millonarios cheques.
La obra se paralizó al día siguiente.
Blacio se hizo con un sistema de agua pulverizada en su pequeña terraza.
Recordó las palabras de su padre, y con aquella nube de gotas minúsculas que caían a placer sobre él, elevó su cerveza Premium hacia el cielo e hizo un guiño. Su viejo tenía razón.
Nunca sabes -aunque tengas aún el regusto del Diamond en la boca- si un gran contenedor te va a dejar, literalmente a ras de suelo, altura a la que, a veces, ponemos -por falta de empatía y educación- a los de más allá que vinieron aquí en busca de un paisaje más amable y acogedor.
Blacio se despertó bañado en un mar de sudor, taquicárdico, ansioso y muy asustado.
En aquella abrasadora ciudad interior del Sur se había aprobado la obligatoriedad del uso de mascarilla en todo momento.
Caminaba como cada día desde hacía 5 meses hacia aquel viejo edificio en reconstrucción. El enorme andamio con orientación sur, era su pesadilla diaria, 8 horas le esperaban ese lunes a destajo. El anuncio de multas desorbitadas por el no uso de la dichosa mascarilla le provocaba un miedo atroz. Ya era complicado llegar a fin de mes y encima usar las odiosas desechables, él usó la misma desde el inicio de la Pandemia. El aspecto del tapabocas era amarillento, sucio, las gomas ya no cumplían su función elástica.
Saludó con desgana a sus compañeros. Todos ellos inmigrantes, más de uno sin papeles, y ninguno, con las medidas de protección obligatorias para subir y bajar por el andamio -salvo la asfixiante mascarilla, inútil frente a un accidente laboral-.
A 15 metros de la estructura, justo enfrente, la Terraza "Alma y Paz", de un lujoso local, provisto de un sistema de agua pulverizada que mágicamente refrescaba el ambiente sin mojar ni gota a los clientes.
Allí se sentaban cada día las dos arquitectas y el aparejador que supervisaban la obra. Si observaban en la distancia cualquier anomalía, o a algún obrero que pudiera adelantar el cuarto de hora de descanso, siempre a turnos, se levantaba uno u otra para dar instrucciones o, amonestar, si hiciese falta, al desdichado que quería escaquearse en ese armazón que alcanzaba temperaturas más propias del mismísimo infierno.
La mejor salida para sobrevivir en esa penuria era no pensar, ser como un autómata, programado para realizar cada día los duros trabajos mecánicos bajo ese sol que no daba tregua. Poco más pedían esos desventurados que una nube, una nube que se quedase a habitar justo encima del andamiaje.
Blacio pensaba siempre en su padre, en cómo lo convenció en su lejana y ya casi velada Medellín, para que buscase fortuna en la prometedora España. Ese pensamiento le alimentaba de rabia, sensación que le ayudaba a ser más eficiente en aquel durísimo trabajo. A esta rabia se le sumaba el aborrecimiento, cada vez que dirigía su mirada hacia aquella terraza. Los clientes le parecían espectadores de un lujoso teatro, contemplando la película Tiempos Modernos desde la platea; se podían oír sus carcajadas bajo esas minúsculas y aliviadoras gotas de agua nebulizada.
Súbitamente Blacio perdió el control en el momento en que el Sr Laredo -el malhumorado aparejador- le gritaba desde abajo. Soltó en ese instante la polea que sujetaba un enorme contenedor, precipitándose al vacío desde el alto del andamio, a unos 16 metros de altura. Calculando la aceleración de 9,8 metros/segundo que el enorme bulto alcanzó en su caída, lo que quedó del sr Laredo era algo así como una alfombra tipo kilim. La casualidad quiso que su cabeza quedara fuera del alcance del objeto precipitado, mirando hacia arriba con una mueca de incredulidad.
Desde la terraza, sus compañeras gritaban horrorizadas, no tanto por el dramático final de su colega, sino, por lo que se les venía encima.
La empresa no cumplía, prácticamente, con ninguna de las normas mínimas para realizar obras; no tenían seguros y la mitad del personal trabajaba sin contrato.
Simularon un fatal accidente, culpando de negligencia al aplastado sr Laredo.
Bajo amenazas de los obreros, tuvieron que cerrar bocas a base de millonarios cheques.
La obra se paralizó al día siguiente.
Blacio se hizo con un sistema de agua pulverizada en su pequeña terraza.
Recordó las palabras de su padre, y con aquella nube de gotas minúsculas que caían a placer sobre él, elevó su cerveza Premium hacia el cielo e hizo un guiño. Su viejo tenía razón.
Nunca sabes -aunque tengas aún el regusto del Diamond en la boca- si un gran contenedor te va a dejar, literalmente a ras de suelo, altura a la que, a veces, ponemos -por falta de empatía y educación- a los de más allá que vinieron aquí en busca de un paisaje más amable y acogedor.