THELMA Y LOUISE
17 de agosto de 2020 (10:46 h.)
LUNES CRÍTICO
Victoria hizo la maleta apresurada, lo fundamental, lo vital, lo imprescindible, sabiendo que nada de eso era.
Mientras Marilia hacía más exhaustiva una lista, calculada para su aventura, sin olvidar sus cremas, su exquisita ropa interior, sus tres pares de zapatos de tacón preferidos y su maletín de maquillaje... antes muerta que sencilla.
Nerviosas salieron sin rumbo. Victoria dijo que iba al Mercadona; Marilia, más consciente de la huida, salió a por tabaco, era un clásico.
Tomaron una dirección, exactamente proporcional a la incertidumbre que tenían sobre su aventura y el tiempo que ésta duraría... cualquiera valía. Sólo tenían la certeza de la necesidad de huir, del cambio de rumbo, alejado de cualquier destino estudiado.
Tras cuatro horas de conducir hacia ningún lugar, pararon en un hostal de carretera y decidieron sin ninguna convicción quedarse allá a descansar. Descansar de todo, ya algo lejos de sus rutinas.
Alquilaron una habitación y entraron en el bar.
En el aparcamiento camiones, muchos camiones.. ahí debían de dar buena comida a buen precio.
Comenzaron a sentirse libres, animosas y excitadas ante aquella aventura sin programa, ni rumbo, ni finalidad, donde el reloj ya no marcaría obligación alguna.
Eran las 8 de la tarde, cenaron un menú casero con un vino de la casa, bastante mediocre, pero la sensación de liberación lo convirtió en un Lewis Cabernet Sauvignon Napa Valley 2013, como poco.
Se emborracharon, por la ingesta, por la emoción, por la decisión de dar patada a sus rutinas, por esa excitación que les hacía sentirse tan libres.
Tras concluir la cena aquel bar se convirtió en un extraño pub, comenzó a sonar música Country, las luces bajaron de intensidad y los camioneros y descarriados comenzaron a bailar. En cuestión de minutos Victoria y Marilia bailaban desinhibidas con dos fornidos camioneros belgas, sintiéndose como dos adolescentes borrachas en un guateque de fiestas de pueblo. Cuando comenzaron las lentas, ninguna de ellas sabían ya dónde estaban, perdieron la noción de la realidad y se dejaron llevar por los besos húmedos, por la apretura y los movimientos pélvicos del baile, por todo lo que prometían esas erecciones palpables a la altura de sus vientres. Subieron a las habitaciones y, sin ningún pudor hicieron el amor en dos camas de 90, cada una con su pareja de baile, más liberadas y borrachas de lo que ya no recordaban.
Amaneció. Marilia fue la primera en despertarse, con una terrible resaca. No sabía dónde estaba. Miró a su izquierda. Victoria roncaba sonoramente, desnuda, boca arriba.
Se levantó torpemente, aún bajo los efectos de aquel vino de la casa y las consiguientes copas de alcohol de tercera.
Comprobó con horror que sus dos maletas de viaje habían desaparecido y despertó a su amiga sin tacto, a gritos y empujones.
Aquellos supuestos camioneros belgas les habían robado todo. Absolutamente todo.
Por suerte, habían guardado en la mesilla las llaves del coche y el hostal estaba pagado ya.
En un estado más que lamentable y dándose cuenta de lo acontecido comenzaron, primero a lloriquear, luego pasaron al silencio -que no duró más de lo necesario-, para pasar a una estrepitosa risa, a carcajadas que las ahogaban, a algo cercano a una locura desternillante.
Volvieron, sin remedio y sin más medios a sus casas, ambas con excusas increíbles. Recordaron, en el coche que les conducía a su rutina, la película de Thelma y Louise y concluyeron que la aventura tuvo un final menos dramático, la suya, les permitiría volver al intento y repetir algo menos chapucero. Se sentían felices, esa sensación efímera de libertad las lleno de fuerza y ganas para encarar la rutina que las aguardaba.
A veces, un tiempo efímero e intenso, tiene el poder de cambiar las miras al futuro. Incluso, puede proporcionarte la fuerza para conseguir aquellos cambios que la cobardía impidió hacer realidad.
Mientras Marilia hacía más exhaustiva una lista, calculada para su aventura, sin olvidar sus cremas, su exquisita ropa interior, sus tres pares de zapatos de tacón preferidos y su maletín de maquillaje... antes muerta que sencilla.
Nerviosas salieron sin rumbo. Victoria dijo que iba al Mercadona; Marilia, más consciente de la huida, salió a por tabaco, era un clásico.
Tomaron una dirección, exactamente proporcional a la incertidumbre que tenían sobre su aventura y el tiempo que ésta duraría... cualquiera valía. Sólo tenían la certeza de la necesidad de huir, del cambio de rumbo, alejado de cualquier destino estudiado.
Tras cuatro horas de conducir hacia ningún lugar, pararon en un hostal de carretera y decidieron sin ninguna convicción quedarse allá a descansar. Descansar de todo, ya algo lejos de sus rutinas.
Alquilaron una habitación y entraron en el bar.
En el aparcamiento camiones, muchos camiones.. ahí debían de dar buena comida a buen precio.
Comenzaron a sentirse libres, animosas y excitadas ante aquella aventura sin programa, ni rumbo, ni finalidad, donde el reloj ya no marcaría obligación alguna.
Eran las 8 de la tarde, cenaron un menú casero con un vino de la casa, bastante mediocre, pero la sensación de liberación lo convirtió en un Lewis Cabernet Sauvignon Napa Valley 2013, como poco.
Se emborracharon, por la ingesta, por la emoción, por la decisión de dar patada a sus rutinas, por esa excitación que les hacía sentirse tan libres.
Tras concluir la cena aquel bar se convirtió en un extraño pub, comenzó a sonar música Country, las luces bajaron de intensidad y los camioneros y descarriados comenzaron a bailar. En cuestión de minutos Victoria y Marilia bailaban desinhibidas con dos fornidos camioneros belgas, sintiéndose como dos adolescentes borrachas en un guateque de fiestas de pueblo. Cuando comenzaron las lentas, ninguna de ellas sabían ya dónde estaban, perdieron la noción de la realidad y se dejaron llevar por los besos húmedos, por la apretura y los movimientos pélvicos del baile, por todo lo que prometían esas erecciones palpables a la altura de sus vientres. Subieron a las habitaciones y, sin ningún pudor hicieron el amor en dos camas de 90, cada una con su pareja de baile, más liberadas y borrachas de lo que ya no recordaban.
Amaneció. Marilia fue la primera en despertarse, con una terrible resaca. No sabía dónde estaba. Miró a su izquierda. Victoria roncaba sonoramente, desnuda, boca arriba.
Se levantó torpemente, aún bajo los efectos de aquel vino de la casa y las consiguientes copas de alcohol de tercera.
Comprobó con horror que sus dos maletas de viaje habían desaparecido y despertó a su amiga sin tacto, a gritos y empujones.
Aquellos supuestos camioneros belgas les habían robado todo. Absolutamente todo.
Por suerte, habían guardado en la mesilla las llaves del coche y el hostal estaba pagado ya.
En un estado más que lamentable y dándose cuenta de lo acontecido comenzaron, primero a lloriquear, luego pasaron al silencio -que no duró más de lo necesario-, para pasar a una estrepitosa risa, a carcajadas que las ahogaban, a algo cercano a una locura desternillante.
Volvieron, sin remedio y sin más medios a sus casas, ambas con excusas increíbles. Recordaron, en el coche que les conducía a su rutina, la película de Thelma y Louise y concluyeron que la aventura tuvo un final menos dramático, la suya, les permitiría volver al intento y repetir algo menos chapucero. Se sentían felices, esa sensación efímera de libertad las lleno de fuerza y ganas para encarar la rutina que las aguardaba.
A veces, un tiempo efímero e intenso, tiene el poder de cambiar las miras al futuro. Incluso, puede proporcionarte la fuerza para conseguir aquellos cambios que la cobardía impidió hacer realidad.