SÓLO QUERÍA VER EL MAR
13 de julio de 2020 (02:09 h.)
LUNES CRÍTICO
Magda cumplía 53 años. Sus hijos y su marido le regalaron un viaje al interior. Ella sólo quería ver el mar.
Llegó el día y partieron. El aire acondicionado de aquel viejo coche no funcionaba, el viaje se hizo casi insoportable en aquel día de julio donde los termómetros alcanzaron cifras récord, 38 grados a la sombra. Ella sólo quería ver el mar.
Su insistente, antipático y larguísimo estado de menopausia disparaba la sensación de asfixia. Un control emocional y respiraciones profundas, hicieron posible que no sufriera un colapso ansioso durante los 101 kilometros que separaban su casa del destino. Ella sólo quería ver el mar.
Al llegar al magnífico hotel, rodeado de viñas y mosquitos tigre, se instalaron y se cambiaron de ropa. Magda precisó una ducha de agua templada para recuperar la temperatura corporal. Al mirarse al espejo contempló horrorizada su aspecto: la piel de color berenjena, su lacia melena pegajosa y los ojos inyectados en un rojo rabioso. Ella sólo quería ver el mar.
Bajaron a recepción y allí explicaron con entusiasmo a la cumpleañera los detalles del pack de su regalo. Visita a la cueva/bodega y cena exquisita con maridaje de vino. Magda sufría de incontables y absurdas fobias, entre ellas, entrar en espacios oscuros y faltos de luz. Se quedaría en la habitación, mientras su amada familia se sumergía en aquella pesadilla de visita con degustación. Ella sólo quería ver el mar.
Decidió salir animada por el paisaje de viñedos que rodeaba el lugar. Comenzó la tormenta, como si formara parte del acertado regalo. Regresó al Hotel empapada pensando que tenía que haber cámaras ocultas, aquello era una broma pesada. Ella sólo quería ver el mar.
Bajo un paraguas plegable, que no aguantaba las embestidas del aire, recorrieron (por obligación absurda) el bello pueblo situado a dos kilometros del Hotel, terminando refugiados en una horrible cafetería atestada de gente con mascarillas y paraguas con las varillas rotas. Comenzaron a beber alcohol. Ella sólo quería ver el mar.
Volvieron exhaustos, sonriendo forzadamente y con ganas de aquella prometedora cena degustación. Magda ya no tenía ropa de cambio. Bajó al comedor calada hasta las cejas. El aire acondicionado estaba al límite. Ella sólo quería ver el mar.
La cena fue un timo muy bien presentado por un simpático camarero, eso sí. Sólo se salvó la croqueta de bienvenida, lo demás era de Juzgado de Guardia. Ya, en ese punto casi final del viaje, el sentido del humor esquivó una más que posible discusión familiar, mientras degustaban los caldos del lugar, esos sí estaban ricos. Ella sólo quería ver el mar.
La acidez de estómago no tardó en aparecer, en el preciso momento en que Magda, agotada, se tumbaba en aquella increíble cama king size. Pronto comenzaron los vómitos y las diarreas, su marido roncaba sonoramente y expulsaba ventosidades de categoría 10 sobre 9. Ella sólo quería ver el mar.
Por la mañana, en un estado lamentable Magda y muy contentos todos los demás, bajaron a desayunar antes de regresar al hogar. Justo cuando metían la maleta en el destartalado coche, la tormenta dio paso a un sol cegador y vengador. La temperatura subió, en dos minutos, unos 19 grados, alcanzando de nuevo temperaturas infernales. Ella sólo quería ver el mar.
Dos días después, se anunció un nuevo confinamiento en la ciudad. La iglesia provocó, tras animar a los creyentes a acudir a actos religiosos en esos días de no San Fermín, un brote espectacular de coronavirus.
Magda ya no vería el mar.
Si a tu amigo, tu amante, tu madre, tu marido, tu hija le gusta el mar, regálale mar lo antes posible. Nunca sabremos cuando volveremos a respirar la brisa, esa que Magda precisa.
Llegó el día y partieron. El aire acondicionado de aquel viejo coche no funcionaba, el viaje se hizo casi insoportable en aquel día de julio donde los termómetros alcanzaron cifras récord, 38 grados a la sombra. Ella sólo quería ver el mar.
Su insistente, antipático y larguísimo estado de menopausia disparaba la sensación de asfixia. Un control emocional y respiraciones profundas, hicieron posible que no sufriera un colapso ansioso durante los 101 kilometros que separaban su casa del destino. Ella sólo quería ver el mar.
Al llegar al magnífico hotel, rodeado de viñas y mosquitos tigre, se instalaron y se cambiaron de ropa. Magda precisó una ducha de agua templada para recuperar la temperatura corporal. Al mirarse al espejo contempló horrorizada su aspecto: la piel de color berenjena, su lacia melena pegajosa y los ojos inyectados en un rojo rabioso. Ella sólo quería ver el mar.
Bajaron a recepción y allí explicaron con entusiasmo a la cumpleañera los detalles del pack de su regalo. Visita a la cueva/bodega y cena exquisita con maridaje de vino. Magda sufría de incontables y absurdas fobias, entre ellas, entrar en espacios oscuros y faltos de luz. Se quedaría en la habitación, mientras su amada familia se sumergía en aquella pesadilla de visita con degustación. Ella sólo quería ver el mar.
Decidió salir animada por el paisaje de viñedos que rodeaba el lugar. Comenzó la tormenta, como si formara parte del acertado regalo. Regresó al Hotel empapada pensando que tenía que haber cámaras ocultas, aquello era una broma pesada. Ella sólo quería ver el mar.
Bajo un paraguas plegable, que no aguantaba las embestidas del aire, recorrieron (por obligación absurda) el bello pueblo situado a dos kilometros del Hotel, terminando refugiados en una horrible cafetería atestada de gente con mascarillas y paraguas con las varillas rotas. Comenzaron a beber alcohol. Ella sólo quería ver el mar.
Volvieron exhaustos, sonriendo forzadamente y con ganas de aquella prometedora cena degustación. Magda ya no tenía ropa de cambio. Bajó al comedor calada hasta las cejas. El aire acondicionado estaba al límite. Ella sólo quería ver el mar.
La cena fue un timo muy bien presentado por un simpático camarero, eso sí. Sólo se salvó la croqueta de bienvenida, lo demás era de Juzgado de Guardia. Ya, en ese punto casi final del viaje, el sentido del humor esquivó una más que posible discusión familiar, mientras degustaban los caldos del lugar, esos sí estaban ricos. Ella sólo quería ver el mar.
La acidez de estómago no tardó en aparecer, en el preciso momento en que Magda, agotada, se tumbaba en aquella increíble cama king size. Pronto comenzaron los vómitos y las diarreas, su marido roncaba sonoramente y expulsaba ventosidades de categoría 10 sobre 9. Ella sólo quería ver el mar.
Por la mañana, en un estado lamentable Magda y muy contentos todos los demás, bajaron a desayunar antes de regresar al hogar. Justo cuando metían la maleta en el destartalado coche, la tormenta dio paso a un sol cegador y vengador. La temperatura subió, en dos minutos, unos 19 grados, alcanzando de nuevo temperaturas infernales. Ella sólo quería ver el mar.
Dos días después, se anunció un nuevo confinamiento en la ciudad. La iglesia provocó, tras animar a los creyentes a acudir a actos religiosos en esos días de no San Fermín, un brote espectacular de coronavirus.
Magda ya no vería el mar.
Si a tu amigo, tu amante, tu madre, tu marido, tu hija le gusta el mar, regálale mar lo antes posible. Nunca sabremos cuando volveremos a respirar la brisa, esa que Magda precisa.