SE FUE SOLO
27 de julio de 2020 (11:09 h.)
LUNES CRÍTICO
Por primera vez en su vida, agonizando sobre un enorme charco de su propia sangre, Adolfo se sintió solo, asustado y extremamente contrariado. Del mismo modo, desde hacía mucho tiempo, Nagore se había sentido así, afligida, confusa y aterrada, percibiendo cada noche el aliento de su agresor en la nuca.
20 años y algún día atrás, se conocieron en aquella discoteca a las afueras de su pequeño pueblo. Esa noche, bajo los efectos del alcohol y marihuana, la llevó a rastras al parking. Nagore no supo explicarse qué hacía unas horas después en aquel coche, desnuda y con la camisa hecha jirones. A su lado, aquel chico dormía profundamente. Escenas brumosas y desordenadas se sucedieron en su cabeza contemplándolo.
A los dos días, Adolfo, ramo silvestre de flores en mano, le esperaba sonriente en la puerta de su casa.
Nagore había sido una chica extrovertida, alegre pero muy sumisa. Había crecido bajo una estricta educación religiosa, en una familia tradicional y arcaica, donde habitaba el miedo, las prohibiciones y la sumisión, sobre todo, la sumisión.
A Nagore no le vino la regla en plazo, tenía un cansancio anormal y miedo, mucho miedo. Ocultó en casa los cambios que experimentaba su cuerpo, hasta que ya fue evidente su estado, hacia el quinto mes.
El escándalo que se vivió en el pueblo fue desmedido. Sumisa como era, aceptó la solución tomada por su familia, de contraer matrimonio sagrado con aquel desgraciado. A Adolfo no le importó en absoluto cumplir de acuerdo a las prescripciones de la Iglesia y reconocer al hijo que crecía en el vientre de Nagore.
La familia de Adolfo se ahogaba en deudas y su chatarrería (de muy dudoso origen legal) estaba al borde de la quiebra, mientras que Nagore sería heredera de múltiples y ricas tierras, que ocupaban toda la periferia del pueblo.
No hubo amor, ni siquiera hacia Ismael, fruto de aquel acto cobarde no consentido.
Tampoco hubo más frutos resultados de cada acto miserable a la que Nagore era sometida. La humillación y el maltrato fue creciendo de tal modo que ella tenía que argumentar un día sí y al otro también accidentes domésticos o enfermedades que le impedían salir de aquella cárcel que debía ser hogar.
Todo el pueblo sabía lo que tras esas paredes sucedía, pero parecía más importante callar y mantener la buena imagen que destapar y empatizar con Nagore e Ismael. No tardó el mísero en desahogar sus frustraciones con su hijo.
Levantó la sartén en el aire, y con toda la rabia acumulada y una fuerza extraordinaria fruto del odio lo golpeó una y otra vez en la cabeza hasta el final, su final, su "hasta nunca". Le tenía tanto miedo ya que pensó que nunca se moriría.
Rebelarse o morir. Por todas las Nagores que esquivan a una muerte segura. Para mí, quedan absueltas por legítima defensa, por hacer justicia, por ese deseo de renacer y vivir fuera del cotidiano pánico que les tocó en suerte.
25 mujeres han sido asesinadas en manos de sus parejas en lo que llevamos de año. Basta ya.
20 años y algún día atrás, se conocieron en aquella discoteca a las afueras de su pequeño pueblo. Esa noche, bajo los efectos del alcohol y marihuana, la llevó a rastras al parking. Nagore no supo explicarse qué hacía unas horas después en aquel coche, desnuda y con la camisa hecha jirones. A su lado, aquel chico dormía profundamente. Escenas brumosas y desordenadas se sucedieron en su cabeza contemplándolo.
A los dos días, Adolfo, ramo silvestre de flores en mano, le esperaba sonriente en la puerta de su casa.
Nagore había sido una chica extrovertida, alegre pero muy sumisa. Había crecido bajo una estricta educación religiosa, en una familia tradicional y arcaica, donde habitaba el miedo, las prohibiciones y la sumisión, sobre todo, la sumisión.
A Nagore no le vino la regla en plazo, tenía un cansancio anormal y miedo, mucho miedo. Ocultó en casa los cambios que experimentaba su cuerpo, hasta que ya fue evidente su estado, hacia el quinto mes.
El escándalo que se vivió en el pueblo fue desmedido. Sumisa como era, aceptó la solución tomada por su familia, de contraer matrimonio sagrado con aquel desgraciado. A Adolfo no le importó en absoluto cumplir de acuerdo a las prescripciones de la Iglesia y reconocer al hijo que crecía en el vientre de Nagore.
La familia de Adolfo se ahogaba en deudas y su chatarrería (de muy dudoso origen legal) estaba al borde de la quiebra, mientras que Nagore sería heredera de múltiples y ricas tierras, que ocupaban toda la periferia del pueblo.
No hubo amor, ni siquiera hacia Ismael, fruto de aquel acto cobarde no consentido.
Tampoco hubo más frutos resultados de cada acto miserable a la que Nagore era sometida. La humillación y el maltrato fue creciendo de tal modo que ella tenía que argumentar un día sí y al otro también accidentes domésticos o enfermedades que le impedían salir de aquella cárcel que debía ser hogar.
Todo el pueblo sabía lo que tras esas paredes sucedía, pero parecía más importante callar y mantener la buena imagen que destapar y empatizar con Nagore e Ismael. No tardó el mísero en desahogar sus frustraciones con su hijo.
Levantó la sartén en el aire, y con toda la rabia acumulada y una fuerza extraordinaria fruto del odio lo golpeó una y otra vez en la cabeza hasta el final, su final, su "hasta nunca". Le tenía tanto miedo ya que pensó que nunca se moriría.
Rebelarse o morir. Por todas las Nagores que esquivan a una muerte segura. Para mí, quedan absueltas por legítima defensa, por hacer justicia, por ese deseo de renacer y vivir fuera del cotidiano pánico que les tocó en suerte.
25 mujeres han sido asesinadas en manos de sus parejas en lo que llevamos de año. Basta ya.