SAN VALENTÍN
Candela estaba emocionada ante su primer San Valentín. Trabajaba en un monstruo de 9 pisos, donde la principal actividad era consumir sin sentido y con prisas. Dos días antes de la fecha señalada, observaba a la gente desde su puesto de Joyeria Fangora. Una pareja, aparentemente enamorada, se acercó al mostrador. A ella no le cabía un charm más en aquella pesada y voluminosa pulsera que llevaba en la muñeca izquierda, tal era la exageración que le desequilibraba en su paso, bien amarrada a su amante con el brazo derecho.
Ella joven, menuda y espectacularmente guapa, él desgarbado, maduro y sin brillo en aquella mirada insondable. Candela sintió un frío extraño a la par que sonreía a la pareja. La joven comenzó a mirar la nueva colección de charms, en la que no faltaba el odioso osito, el candado, la tetera, el lacito, la casita, las tijeras, los zapatitos de tacón y mil absurdeces más. Le temblaban las manos y la excitación no le permitía estar quieta ni un segundo, los quería todos.
Más de una vez Candela tuvo que recoger las minúsculas piezas del suelo que caían una y otra vez. Tras más de media hora de deliberaciones, dudas y risitas nerviosas, aquel señor pagaba 12 charms con la tarjeta oro. La joven ya lucía otra nueva pulsera en la muñeca derecha. Candela observó el enorme cartel publicitario que tenía a sus espaldas: “díselo con joyas”, y sintió una presión en el pecho, un desasosiego y una tristeza repentinos, que la obligaron a tomar con fuerza aire y a contener las lágrimas que luchaban por salir de sus ojos.
Pasó el resto de la interminable jornada atendiendo con una sonrisa congelada entre “este es ideal”, “le va a encantar”, “aciertas seguro”, “ay la tetera”.. Tras dos horas extras en la sección de envoltorios, salió del lugar. Hacía más de 5 horas que el sol se había retirado. Y entonces la vio, sin sus pulseras pesadas, con unos jeans prietos y un sombrero de ala ancha, agarrada del brazo de un fornido y guapo chaval, descaradamente más joven que ella.
Se giró y allí estaba el monstruo iluminado, decorado de corazones, carteles publicitarios de perfumes, ropa interior en unos cuerpos imposibles y relojes que marcaban latidos -mucho más lentos que los suyos en ese instante. Llegó a casa triste y exhausta. Puso el televisor y comenzó a ver la novela, tras la llorera que duró tanto como el capítulo 156 de “vidas tormentosas”, tomó su pastillita y se fue a dormir.
Hoy, la reflexión hacia adentro, y como dice el enorme Tonino Carotone “me cago en el amor” y yo, porque me da la gana “me cago en el desamor” - que inevitablemente se casa y se cansa con el amor.
Marta Salas