NÁUFRAGOS VII
04 de mayo de 2020 (02:10 h.)
LUNES CRÍTICO
Se cumplía el día 35 del confinamiento.
Kumiko abrió los ojos, otra vez más, a las 5 hrs. Era incapaz de quedarse en la cama, no tenía manera de volver a coger el sueño, poco importaba la hora a la que se hubiese acostado. Ese reloj biológico, que no tenía lógica alguna, la despertaba siempre a las 5, sin despertador ruidoso, sin motivo, sin obligación... por hábito (ese que deben usar los monjes que también madrugan).
Amaia dormiría ese día hasta media mañana (le había tocado patrullar por el Casco Antiguo esa noche), y su hija Xiang se levantaría casi a la hora de comer.
Kumiko nació en Shan, en el noreste birmano. Fue obligada a casarse, diez días antes de cumplir los 16 años, con un señor que le duplicaba la edad. Sufrió abusos, por parte de su marido, de sus tres cuñados y, en alguna ocasión, incluso de su suegro. A los 18 años dio a luz a la preciosa Xiang. Su insufrible situación, sumada a dos abortos espontáneos (causados por los golpes deliberados) y los continuos conflictos armados que se daban en Birmania, le empujaron a armarse de valor y a huir de aquel infierno, cuando su pequeña apenas comenzaba a hablar.
Era relativamente fácil contactar con algunas de las mafias que practicaban inhumanas explotaciones laborales, facilitaban un ridículo contrato de trabajo y te ayudaban a salir de China.
La condena bien merecía la pena, con tal de dejar atrás esa miserable vida.
Llevaba más de 7 años en la ciudad, cuando aquel domingo lluvioso y con el restaurante prácticamente vacío la vio entrar.
Estaba empapada, se miraron y sucedió.
Un calambre recorrió la espalda de Kumiko y la bandeja con aquella sopa de miso para la mesa 24, se le escurrió entre las manos, ante la atónita mirada de los no más de 7 comensales solitarios que se habían acercado al Gran Dragón ese mediodía.
Amaia se apresuró a ayudarla y las dos, en cuclillas, se rozaron y se olieron mientras recogían aquel desastre entre risas nerviosas y mucha torpeza.
En menos de un mes, Kumiko y su hija se instalaban en casa de Amaia y comenzaban una extraordinaria historia de amor, en contra de la ambigüedad y el rechazo que mostraba la Comunidad China hacia las relaciones lésbicas.
El Gran Dragón cerró sus puertas tres días antes del Estado de Alarma. Comenzaron a aparecer por la ciudad pintadas racistas, a circular malos chistes sobre los chinos, bulos e historias que los condenaban sin juicio.
A Xiang, antes de la suspensión de las clases del colegio comenzaron a dejarla de lado, los niños, los padres de estos e incluso, los profesores. Las actitudes xenófobas estaban creciendo de modo preocupante.
Amaia también notaba comportamientos extraños entre sus allegados, su familia, sus amigos.. especialmente entre sus compañeros de trabajo. Exceptuando a sus dos amigas incondicionales, siempre notó que su relación , que ya iba camino de cumplir dos años, no era del todo normalizada ni aceptada por casi nadie.
El amor pudo más.
Kumiko empezó a quererse de la mano de Amaia; comenzó a mirar a Xiang de otro modo, ya no le importaba quién podía ser su padre, era su bastón, la razón por la que, valiente y decidida, huyó de Shan. Ni cuatro pintadas, ni esas miradas de desconfianza, ni el desprecio de unos cuantos podrían derrumbar la fortaleza interior que crecía cada vez que contemplaba el plácido sueño de aquella chica que entró empapada aquel lluvioso domingo en el Gran Dragón.
El sorteo más injusto es, a veces, la lotería de la vida. No se quién reparte los boletos, quién nos invita a jugar sin consultar, quién gira el bombo que decide de modo aleatorio los números ganadores. Ignoro la lógica de la justicia en la estadística, el reparto de golpes y la fortuna de saberse premiado.
Kumiko abrió los ojos, otra vez más, a las 5 hrs. Era incapaz de quedarse en la cama, no tenía manera de volver a coger el sueño, poco importaba la hora a la que se hubiese acostado. Ese reloj biológico, que no tenía lógica alguna, la despertaba siempre a las 5, sin despertador ruidoso, sin motivo, sin obligación... por hábito (ese que deben usar los monjes que también madrugan).
Amaia dormiría ese día hasta media mañana (le había tocado patrullar por el Casco Antiguo esa noche), y su hija Xiang se levantaría casi a la hora de comer.
Kumiko nació en Shan, en el noreste birmano. Fue obligada a casarse, diez días antes de cumplir los 16 años, con un señor que le duplicaba la edad. Sufrió abusos, por parte de su marido, de sus tres cuñados y, en alguna ocasión, incluso de su suegro. A los 18 años dio a luz a la preciosa Xiang. Su insufrible situación, sumada a dos abortos espontáneos (causados por los golpes deliberados) y los continuos conflictos armados que se daban en Birmania, le empujaron a armarse de valor y a huir de aquel infierno, cuando su pequeña apenas comenzaba a hablar.
Era relativamente fácil contactar con algunas de las mafias que practicaban inhumanas explotaciones laborales, facilitaban un ridículo contrato de trabajo y te ayudaban a salir de China.
La condena bien merecía la pena, con tal de dejar atrás esa miserable vida.
Llevaba más de 7 años en la ciudad, cuando aquel domingo lluvioso y con el restaurante prácticamente vacío la vio entrar.
Estaba empapada, se miraron y sucedió.
Un calambre recorrió la espalda de Kumiko y la bandeja con aquella sopa de miso para la mesa 24, se le escurrió entre las manos, ante la atónita mirada de los no más de 7 comensales solitarios que se habían acercado al Gran Dragón ese mediodía.
Amaia se apresuró a ayudarla y las dos, en cuclillas, se rozaron y se olieron mientras recogían aquel desastre entre risas nerviosas y mucha torpeza.
En menos de un mes, Kumiko y su hija se instalaban en casa de Amaia y comenzaban una extraordinaria historia de amor, en contra de la ambigüedad y el rechazo que mostraba la Comunidad China hacia las relaciones lésbicas.
El Gran Dragón cerró sus puertas tres días antes del Estado de Alarma. Comenzaron a aparecer por la ciudad pintadas racistas, a circular malos chistes sobre los chinos, bulos e historias que los condenaban sin juicio.
A Xiang, antes de la suspensión de las clases del colegio comenzaron a dejarla de lado, los niños, los padres de estos e incluso, los profesores. Las actitudes xenófobas estaban creciendo de modo preocupante.
Amaia también notaba comportamientos extraños entre sus allegados, su familia, sus amigos.. especialmente entre sus compañeros de trabajo. Exceptuando a sus dos amigas incondicionales, siempre notó que su relación , que ya iba camino de cumplir dos años, no era del todo normalizada ni aceptada por casi nadie.
El amor pudo más.
Kumiko empezó a quererse de la mano de Amaia; comenzó a mirar a Xiang de otro modo, ya no le importaba quién podía ser su padre, era su bastón, la razón por la que, valiente y decidida, huyó de Shan. Ni cuatro pintadas, ni esas miradas de desconfianza, ni el desprecio de unos cuantos podrían derrumbar la fortaleza interior que crecía cada vez que contemplaba el plácido sueño de aquella chica que entró empapada aquel lluvioso domingo en el Gran Dragón.
El sorteo más injusto es, a veces, la lotería de la vida. No se quién reparte los boletos, quién nos invita a jugar sin consultar, quién gira el bombo que decide de modo aleatorio los números ganadores. Ignoro la lógica de la justicia en la estadística, el reparto de golpes y la fortuna de saberse premiado.