NÁUFRAGOS IV
13 de abril de 2020 (02:03 h.)
LUNES CRÍTICO
Apretó más y más, mucho más.. hasta el fin.
Gloria salió a comprar el pan, los huevos, la leche, el papel higiénico, el vodka, las cervezas y las lentejas. Esa era la lista que había elaborado Luis.
Cuando salía a la calle tomaba aire, el poco aire que le permitía aquella mascarilla y su ansiedad. Tenía no más de 15 minutos para regresar a su cárcel.
Ahí estaba él, durmiendo la resaca en el salón, los pies sobre la mesa, sobre esta, los excesos de la noche, la botella de Gin Porthos vacía y en la pantalla, a volumen 30, el canal de Eurosport.
Andrea no salía de su cuarto (cada vez más menguante), salvo para usar el cuarto de baño. En su zulo de no más de 7 metros cuadrados, la música sonaba al volumen suficiente para no tener que escuchar nada más allá de sus paredes. Gloria le llevaba la comida, le recogía la ropa sucia y la mimaba, siempre que Luis estuviera lo suficientemente ebrio.
A escondidas, Gloria escupía en la ración de Luis, antes de servirle el plato en aquel -también- maltratado sofá. No hablaban, si acaso, Luis gruñía y la insultaba arrastrando su cobardía en las palabras.
En bajito, con miedo y toda la cautela, Gloria abrazó a su hija y le susurró al oído, la apretó contra sí y en su mirada encontró la complicidad, el amor, el agradecimiento y la admiración de una hija; una hija que era su tesoro, su bastón, su camino y su razón de existir.
En la siguiente, Gloria aceptó con resignación y casi inerte, otra brutal sodomía, sin consentimiento, otra más, forzada y violenta, acompañada de golpes, insultos y vejaciones, no cabía humanidad ni empatía alguna en ese nauseabundo acto imposible de sortear.
Gloria mantenía, desde hacía casi un año, una relación infiel (aunque nunca fue tan fiel a sus sentimientos) con Diego, el vecino del quinto, bombero y viudo desde hacía unos años. Diego conocía bien la situación de Gloria, que, a pesar de haber denunciado a Luis en varias ocasiones, siempre se iba de rositas pues tenía amigos en la Policía y, le debían muchos favores, por su condición de chivato.
Tenían todo planeado.
Diego guardaba una cantidad industrial de hidróxido sódico en su casa, hacía ya casi 6 meses, también una potente sierra circular, herramienta que tomó prestada del Parque de Bomberos, que se usaba para descarcelar a heridos en los accidentes de tráfico.
No hubo gritos, Luis sólo acertó a tirar la botella de vodka con patadas al aire, mientras Gloria tensaba y apretaba con toda su rabia acumulada aquella cuerda que había desmontado del tendedero. En unos 30 ó 40 segundos que se hicieron eternos, Luis dejó de agitarse, sus piernas cayeron de golpe sobre la mesa y gruñó por última vez, no suspiró como hacen las personas al morir.
Andrea puso la canción convenida al máximo de volumen y de modo cauteloso y mucho sigilo Diego llamó a la puerta, en su mano derecha un enorme cubo con la mezcla química, en la mochila, la sierra circular.
Los tres estaban en el salón frente al cadáver de Luis, que presentaba una mueca de miedo, el mismo miedo que había provocado a Gloria en los últimos dos años, desde que fuera despedido de la Fábrica donde trabajaba. Luis había descargado toda su furia, toda su frustración y toda su basura sobre Gloria.
Con más frialdad que un carnicero, Diego se encargaría del desposte, Gloria prepararía una rica cena de celebración y Andrea contemplaría el espectáculo con una bolsa de palomitas. Andrea era gótica y muy aficionada al cine de terror, sobre todo a las películas gore, aquello superaría la ficción, estaba entusiasmada, ya no recordaba el tiempo en que quería a aquel monstruo, si acaso, alguna imagen borrosa de su infancia.
Una vez despiezado, Luis fue introducido por partes en aquella mezcla química, Andrea aplaudía con emoción. Cuando cada parte se descomponía, era tirada al vater, un destino muy idóneo para esa mierda de tío -pensaba fría Gloria- . Pasadas tres horas ya no había Luis, ya no había miedo, ya no había Eurosport. Cenaron juntos los tres. Descorcharon un buen vino para la ocasión, convinieron que, en tres días, los suficientes para limpiar a fondo aquel escenario, Gloria pondría la denuncia por abandono del hogar a Luis. Nadie se molestaría mucho en investigar la desaparición de semejante ser. Y sí, aquella maldita cuarentena se convirtió en la tabla de salvación, para Gloria, para Andrea y también para Diego, que comenzaría una extraordinaria relación de amor cuando las aguas de ese mar estuvieran calmadas.
Dedicado a aquellas personas (principalmente mujeres) que sufren el maltrato en sus hogares (que no son hogares), en estos días en que tienen que convivir con sus agresores, y, en ocasiones, verdugos. Denunciemos, vigilemos, no al paseante, ni al vecino que baja al banco de la plaza a tomar el aire, vigilemos a los monstruos, ayudemos y colaboremos para acabar con esta lacra maldita, no miremos hacia otro lado. Seamos las tablas de salvación de tantísimas y de algunos, que sufren lo inimaginable en estos días de confinamiento. AMÉN
Gloria salió a comprar el pan, los huevos, la leche, el papel higiénico, el vodka, las cervezas y las lentejas. Esa era la lista que había elaborado Luis.
Cuando salía a la calle tomaba aire, el poco aire que le permitía aquella mascarilla y su ansiedad. Tenía no más de 15 minutos para regresar a su cárcel.
Ahí estaba él, durmiendo la resaca en el salón, los pies sobre la mesa, sobre esta, los excesos de la noche, la botella de Gin Porthos vacía y en la pantalla, a volumen 30, el canal de Eurosport.
Andrea no salía de su cuarto (cada vez más menguante), salvo para usar el cuarto de baño. En su zulo de no más de 7 metros cuadrados, la música sonaba al volumen suficiente para no tener que escuchar nada más allá de sus paredes. Gloria le llevaba la comida, le recogía la ropa sucia y la mimaba, siempre que Luis estuviera lo suficientemente ebrio.
A escondidas, Gloria escupía en la ración de Luis, antes de servirle el plato en aquel -también- maltratado sofá. No hablaban, si acaso, Luis gruñía y la insultaba arrastrando su cobardía en las palabras.
En bajito, con miedo y toda la cautela, Gloria abrazó a su hija y le susurró al oído, la apretó contra sí y en su mirada encontró la complicidad, el amor, el agradecimiento y la admiración de una hija; una hija que era su tesoro, su bastón, su camino y su razón de existir.
En la siguiente, Gloria aceptó con resignación y casi inerte, otra brutal sodomía, sin consentimiento, otra más, forzada y violenta, acompañada de golpes, insultos y vejaciones, no cabía humanidad ni empatía alguna en ese nauseabundo acto imposible de sortear.
Gloria mantenía, desde hacía casi un año, una relación infiel (aunque nunca fue tan fiel a sus sentimientos) con Diego, el vecino del quinto, bombero y viudo desde hacía unos años. Diego conocía bien la situación de Gloria, que, a pesar de haber denunciado a Luis en varias ocasiones, siempre se iba de rositas pues tenía amigos en la Policía y, le debían muchos favores, por su condición de chivato.
Tenían todo planeado.
Diego guardaba una cantidad industrial de hidróxido sódico en su casa, hacía ya casi 6 meses, también una potente sierra circular, herramienta que tomó prestada del Parque de Bomberos, que se usaba para descarcelar a heridos en los accidentes de tráfico.
No hubo gritos, Luis sólo acertó a tirar la botella de vodka con patadas al aire, mientras Gloria tensaba y apretaba con toda su rabia acumulada aquella cuerda que había desmontado del tendedero. En unos 30 ó 40 segundos que se hicieron eternos, Luis dejó de agitarse, sus piernas cayeron de golpe sobre la mesa y gruñó por última vez, no suspiró como hacen las personas al morir.
Andrea puso la canción convenida al máximo de volumen y de modo cauteloso y mucho sigilo Diego llamó a la puerta, en su mano derecha un enorme cubo con la mezcla química, en la mochila, la sierra circular.
Los tres estaban en el salón frente al cadáver de Luis, que presentaba una mueca de miedo, el mismo miedo que había provocado a Gloria en los últimos dos años, desde que fuera despedido de la Fábrica donde trabajaba. Luis había descargado toda su furia, toda su frustración y toda su basura sobre Gloria.
Con más frialdad que un carnicero, Diego se encargaría del desposte, Gloria prepararía una rica cena de celebración y Andrea contemplaría el espectáculo con una bolsa de palomitas. Andrea era gótica y muy aficionada al cine de terror, sobre todo a las películas gore, aquello superaría la ficción, estaba entusiasmada, ya no recordaba el tiempo en que quería a aquel monstruo, si acaso, alguna imagen borrosa de su infancia.
Una vez despiezado, Luis fue introducido por partes en aquella mezcla química, Andrea aplaudía con emoción. Cuando cada parte se descomponía, era tirada al vater, un destino muy idóneo para esa mierda de tío -pensaba fría Gloria- . Pasadas tres horas ya no había Luis, ya no había miedo, ya no había Eurosport. Cenaron juntos los tres. Descorcharon un buen vino para la ocasión, convinieron que, en tres días, los suficientes para limpiar a fondo aquel escenario, Gloria pondría la denuncia por abandono del hogar a Luis. Nadie se molestaría mucho en investigar la desaparición de semejante ser. Y sí, aquella maldita cuarentena se convirtió en la tabla de salvación, para Gloria, para Andrea y también para Diego, que comenzaría una extraordinaria relación de amor cuando las aguas de ese mar estuvieran calmadas.
Dedicado a aquellas personas (principalmente mujeres) que sufren el maltrato en sus hogares (que no son hogares), en estos días en que tienen que convivir con sus agresores, y, en ocasiones, verdugos. Denunciemos, vigilemos, no al paseante, ni al vecino que baja al banco de la plaza a tomar el aire, vigilemos a los monstruos, ayudemos y colaboremos para acabar con esta lacra maldita, no miremos hacia otro lado. Seamos las tablas de salvación de tantísimas y de algunos, que sufren lo inimaginable en estos días de confinamiento. AMÉN