CONFINADOS 4
26 de octubre de 2020 (08:09 h.)
LUNES CRÍTICO
Cuando Martina despertó, tuvo la sensación de que todo había sido una mala pesadilla, pero una enorme herida en su cabeza le hizo recordar lo sucedido, se sentía aturdida, mareada, como si alguien la hubiese drogado. Se levantó de la cama aterrorizada y encaminó sus pasos zigzagueantes hacia el lugar del crimen: la cocina. Todo estaba impecable y allí ya no estaba Gabriel. Comenzó a llamarlo a gritos, por respuesta, el silencio. Observó por la ventana cómo, desde la huerta, salía una inmensa humareda, percibió con horror el olor a carne asada y, de entre el humo, salieron Maitane y Marisa exhaustas, con un hacha en mano una y un cuchillo carnicero la otra. Martina entró en un ataque de pánico y le sobrevinieron otra vez sus cólicos intestinales. Esta vez no pudo llegar al baño, no era capaz ya de discernir nada, el descontrol se apoderó de su cuerpo y de su mente.
En aquel barrio del extra radio era habitual hacer barbacoas en los txokos, y, aunque aquello era muy exagerado, a nadie le extrañó aquel olor a rico asado y, tras el muro, algunos pocos vecinos que paseaban por la calle, deseaban buen apetito a Marisa y sus supuestos invitados. Gabriel asado olía a cochinillo asado. No encontraron otro modo de deshacerse del desdichado.
Maitane obedeció la orden de su novia y subió a casa para ver si Martina había despertado, tras haberla medicado con no menos de una decena de tranquimacines. Se la encontró en la cocina, apoyada contra la nevera defecando su miedo y su estupefacción. En un movimiento de quien no tiene otra para defenderse, agarró de modo habilidoso la tabla de madera que estaba a su alcance y propinó un tremendo golpe en la frente a Maitane, que cayó redonda sobre la enorme diarrea que se extendía diametralmente en más de dos metros cuadrados de aquel -antaño- precioso suelo de baldosa hidráulica.
Mareada, confusa y muy asqueada, Maitane comenzó a vomitar boca arriba, provocándose una broncoaspiración. Se quedó tiesa en 7 angustiosos segundos, ante la mirada horrorizada de Martina que instantes después comenzó a reír fuera de si. Aún tuvo la inaudita templanza de esperar a Marisa. Con un inquietante trastorno de su personalidad acontecido en apenas tres horas de pesadilla y una mirada que acojonaba más que la de Jack Torrance, se apostó tras la puerta de entrada con la plancha de la ropa en mano a esperar a Marisa, a la que hacía responsable de toda la tragedia. Las sirenas de policía ya se escuchaban en el barrio tras recibir un sinfín de llamadas de los vecinos, por la anormal humareda que ocupaba ya más de tres manzanas de aquel tranquilo arrabal.
Marisa entró en casa y fue recibida por un planchazo en la cabeza. Se quedó inerte, la punta de la plancha clavada en la sien, mortífero golpe que le hizo llegar al suelo sin vida.
La patrulla de Policía que llegó dos minutos después a aquel espantoso escenario tuvo que precisar ayuda psicológica.
Martina fue ingresada en el
Psiquiátrico tras un examen inicial y un diagnóstico posterior de trastorno bipolar, esquizofrenia y estrés postraumático.
En la siguiente prueba del PCR, su resultado fue inmune, como inmune sería para siempre frente a todos los avatares que pudieran irrumpir en su vida.
Años después, tras recuperar su cordura y libertad, vendió su tragedia a una importantísima productora cinematográfica, terminando sus días retirada en una isla paradisíaca de la Polinesia.
En aquel barrio del extra radio era habitual hacer barbacoas en los txokos, y, aunque aquello era muy exagerado, a nadie le extrañó aquel olor a rico asado y, tras el muro, algunos pocos vecinos que paseaban por la calle, deseaban buen apetito a Marisa y sus supuestos invitados. Gabriel asado olía a cochinillo asado. No encontraron otro modo de deshacerse del desdichado.
Maitane obedeció la orden de su novia y subió a casa para ver si Martina había despertado, tras haberla medicado con no menos de una decena de tranquimacines. Se la encontró en la cocina, apoyada contra la nevera defecando su miedo y su estupefacción. En un movimiento de quien no tiene otra para defenderse, agarró de modo habilidoso la tabla de madera que estaba a su alcance y propinó un tremendo golpe en la frente a Maitane, que cayó redonda sobre la enorme diarrea que se extendía diametralmente en más de dos metros cuadrados de aquel -antaño- precioso suelo de baldosa hidráulica.
Mareada, confusa y muy asqueada, Maitane comenzó a vomitar boca arriba, provocándose una broncoaspiración. Se quedó tiesa en 7 angustiosos segundos, ante la mirada horrorizada de Martina que instantes después comenzó a reír fuera de si. Aún tuvo la inaudita templanza de esperar a Marisa. Con un inquietante trastorno de su personalidad acontecido en apenas tres horas de pesadilla y una mirada que acojonaba más que la de Jack Torrance, se apostó tras la puerta de entrada con la plancha de la ropa en mano a esperar a Marisa, a la que hacía responsable de toda la tragedia. Las sirenas de policía ya se escuchaban en el barrio tras recibir un sinfín de llamadas de los vecinos, por la anormal humareda que ocupaba ya más de tres manzanas de aquel tranquilo arrabal.
Marisa entró en casa y fue recibida por un planchazo en la cabeza. Se quedó inerte, la punta de la plancha clavada en la sien, mortífero golpe que le hizo llegar al suelo sin vida.
La patrulla de Policía que llegó dos minutos después a aquel espantoso escenario tuvo que precisar ayuda psicológica.
Martina fue ingresada en el
Psiquiátrico tras un examen inicial y un diagnóstico posterior de trastorno bipolar, esquizofrenia y estrés postraumático.
En la siguiente prueba del PCR, su resultado fue inmune, como inmune sería para siempre frente a todos los avatares que pudieran irrumpir en su vida.
Años después, tras recuperar su cordura y libertad, vendió su tragedia a una importantísima productora cinematográfica, terminando sus días retirada en una isla paradisíaca de la Polinesia.