LUNES CRÍTICO

FOTO: MARTA SALAS
POR ENCIMA DE LA RAZÓN
Así amaba Graciela a Héctor, por encima de la razón. Héctor tenía básicamente un único motivo para levantarse cada día y encaminar a las 5 de la mañana sus pasos hacia la maldita Fábrica de Calzado “La Indestructible”: el partido de su Boca Juniors cada fin de semana. Ninguna otra cosa ocupaba sus pensamientos, ni sus mellizos, ni su mujer, ni sus serios problemas económicos. El Boca se convirtió en un Okupa dentro de su cabeza.

Graciela comenzaba a tomar ansiolíticos dos días antes de cada partido de Liga, tal era el pánico a las reacciones nerviosas de Héctor, aquel muchacho que conoció veinte años atrás, en un encuentro histórico que enfrentaba en la final de la Copa Libertadores al Boca Juniors con su eterno enemigo el River Plate. Cuántas veces se arrepintió de haber asistido a ese partido, de haberse desmayado justamente al lado de ese muchacho pelirrojo, de haberle vomitado encima tras recuperar el conocimiento y, sobre todo, de haber celebrado el gol que resultaría decisivo para que el River consiguiese ese preciado Título de Campeón. Cuando el árbitro pitó el final del partido, Hector no tenía consuelo, lloraba como un niño e imploraba al cielo que aquello no hubiese sucedido. Fue entonces cuando Graciela supo que ese sería su compañero en la vida. Lo abrazó con ternura durante el tiempo necesario para calmarlo, se quedaron solos en la Bombonera, en aquel gigantesco Campo de Fútbol, mientras comenzaba una increíble tormenta, tras un día en que los termómetros habían alcanzado cifras de récord.

Corrieron al exterior en busca de un refugio y entraron en un bar, dos horas más tarde, él entraría en ella, y 9 meses después Malena y Claudio saldrían de ella,  tras un parto extraordinariamente largo, donde ella se desmayaría y volvería a vomitar (por segunda vez) sobre él. Se casaron a los 3 meses, obligados por sus familias, humildes y muy creyentes y, a tiempo, de que la barriga de Graciela no cantase más fuerte que Mercedes Sosa. A Héctor aún le restaban dos años para terminar sus estudios, Graciela dejó de estudiar de un modo poco voluntario. Eran la vergüenza de aquel humilde barrio conservador de la periferia de Buenos Aires, donde la gente se refugiaba en las Iglesias para pedir un futuro mejor.

La tabla de salvación para la joven pareja fue, sin duda, el amor que se profesaban, un arma que pudo con todos los obstáculos que tuvieron que sortear en los primeros años de convivencia. Héctor trabajaba y estudiaba y Graciela hacía por encontrar pequeños trabajos que hicieran posible compaginar la crianza de los mellizos. En su mente, se quedó a habitar para siempre  aquella celebración de aquel gol por la escuadra que marcó aquel fatídico día el River. Fue tal su arrepentimiento, que la unió para siempre a Héctor, no sabía discernir, si como castigo a cumplir o porque de verdad lo amaba por encima de todo.

Hay algo inexplicable en el segundo en que comienzas a amar a una persona, magia en esa sensación de enfermedad incurable. Es cuando comprendes que querer es egoísta y amar es la generosidad en estado puro, en las buenas y, sobre todo, en las malas, en ese lugar donde se miden las cosas con una exactitud tan firme como condenatoria.