LABERINTOS 2
En silencio y abrazadas. Así, agazapadas a los pies de la cama, pasaban horas interminables, en el Laberinto del Miedo.
Por suerte, Sofía y Olivia se tenían, por fortuna y, naturalmente, aún hoy se sienten.
Fue un tiempo de mujeres silenciadas en aquellos días de aquellos años, en cualquier lugar. Como en aquel hogar.
Culpable de nada y guerrera en la batalla, Matilde hacía por flotar en aquel mar embravecido, agarrada siempre con mucha fuerza a aquellas niñas atemorizadas. Sus tablas de salvación, las piezas sólidas de aquel proyecto -antaño tan bonito-. Navegaba en línea recta, a pesar de los caprichos del timón, aquel timón maldito que hacía los imposibles por impedir al velero avanzar hacia el horizonte, hacia la luz, en su intento perseverante de escapar de la oscuridad. Matilde era una mujer buena, desorientada por el azar y por aquel hombre que no supo ser bueno para ella.
De a pocos, fue enderezando la nave, haciéndose fuerte y experimentada amiga del viento, ese viento que se alió con ella, hasta alcanzar la claridad.
De la misma forma, Sofía y Olivia, pasaron de ser dos grumetes asustadas, a convertirse en eficientes marineras, aliándose con la capitana y el viento para romper las cadenas del miedo, para abrir aquella habitación donde se refugiaban tantas veces al comenzar las tormentas.
Dejaron atrás la negrura.
La capitana llegó exhausta, las marineras lo hicieron crecidas, alejándose de los tiempos del terror, y permitiéndose la desfachatez de vencer al miedo y de plantarle cara, uniéndose para siempre a la vela sabia y confidente de todos sus temores.
Esa habilidad las acompañaría siempre, esos miedos compartidos y el descubrimiento de la brújula que las guiaría ya hacia la luz.
Me enteré de la partida de la Capitana; me contaron también de la extraordinaria conexión entre las marineras, con las que hablaba cada día a través de las flores silvestres, en cada paisaje rotundo de mar, desde todas las cimas que alcanzaban, donde la respiraban y la sentían.
A la Capitana, por valiente.
A las marineras, por valientes.
A ese hombre que no supo ser bueno ni querer, por quedarse atrás, en el oscuro. Por trazar, inconscientemente, las coordenadas exactas para que ellas alcanzaran, de manera inequívoca el punto álgido de luz.
Me cuentan también, que hay un lugar sencillo de culto, donde nunca faltan las flores del campo y donde las mantis se reúnen para bailar flamenco en los atardeceres.