LUNES CRÍTICO

AL FINAL VA A SER VERDAD

FOTO: MARTA SALAS

Cuando no cabía la luz, imposible era ver la salida, la liberación, la paz.

Hubo un tiempo en que la corriente de aguas subterráneas se hizo camino y, con extremado disimulo fue haciéndose un hueco a la altura de su habitación, cuando apenas era un bebé.

Candela siempre fue una niña especial, que no encontraba su lugar en ningún escenario de tránsito de personas. A pesar de querer esconderse, siempre era llamada a participar del teatro de la vida. Inventaba juegos donde se metía debajo de las mesas, para desaparecer. Su objetivo de no ser vista, siempre terminaba por hacerla protagonista de la escena, siendo castigada con continuas burlas y bromas. Nadie caía en la cuenta de que no quería estar en el escenario, salvo alguien que siempre la observaba y la protegía en la distancia que podía haber entre dos sillas. Ambas -madre e hija- tenían su particular papel en el escenario. Candela de fugitiva y su madre de protectora silenciosa.

Fue así que, con el tiempo, se desarrollaron acontecimientos y, mientras otros vivían de lo cotidiano más aburrido e hipócrita, la hija y la madre, fueron arrastradas por la corriente de la desesperación hacia lugares inhóspitos. Candela, con apenas 13 años, agarró el timón que las conduciría hacia ningún lugar. El viaje de partida era el espacio que se hallaba debajo de las mesas en aquellas reuniones familiares, donde ya ninguna tenía cabida. Decididas ya en aquel peligroso e incierto camino, fueron olvidadas, salvo en las reuniones posteriores, donde, a pesar de no ocupar ya sus sillas, eran objeto de habladurías y desmanes; atropelladas una y otra vez con el disimulo del asesino, ese asesino de los cuentos de la moral y la fría decencia de un absurdo cotidiano.

Candela giró bruscamente en una curva y derrapando súbitamente perdió el rastro de su madre, que luchó contra la corriente, no pudiendo evitar perderse en un tiempo en que el paisaje apagó la luz. A oscuras lucharon separadas, con el único objeto de volver a encontrarse. La intención era real, pero aquella fuerza de la corriente hizo que, el periplo de cada una de ellas fuera injusto y delirante, tendrían que superar muchas zancadillas que se fraguaban desde arriba, sobre la mesa de la hipocresía, punto de partida obligado de aquel intento de huída del falso amor familiar.

Cada una aprendió en la oscuridad y, de a pocos, se hicieron fuertes en su soledad. 

Como si de un videojuego se tratase, ambas fueron superando pantallas, saltando trampas y aniquilando oscuros enemigos, antaño compañeros de mesa. 

Se avistaron malheridas tiempo después, molidas a palos por esquivar a destiempo las trampas. Sobrevivieron a todas las adversidades y salieron a flote moribundas. 

Les esperaba un premio. Era otra mesa con sencillos manjares, reales y muy placenteros. En aquella mesa no había demasiada gente, pero todos sonreían. Se recuperaron milagrosamente. Ocuparon sus sillas, se empacharon de amor.

Candela miró bajo la mesa y vio el mar; olió y sintió una suave brisa del Norte; cerró los ojos, sintiendo el calor del sol y, entonces alguien la rodeó con sus brazos, los brazos que ocuparían ya para siempre el lugar de aquel roto y loco timón. Supieron las dos que iba a ser verdad, que esto de la vida merecería las penas y adversidades vividas en las corrientes embravecidas.

Ambas flotaban ahora en un mar azul. La suave corriente las llevaría hacia la luz, hacia la mesa donde quedaban dos sillas libres. Libres para siempre. 

Marta Salas