DESES/TIMADOS
01 de junio de 2020 (09:51 h.)
LUNES CRÍTICO
La máxima preocupación de Joseba era el poco tiempo que le restaba para lucir palmito en aquella playa guipuzcoana, que más bien parecía la Pasarela Damia. En Zaralutz (donde era difícil ver luz) no cabía más gente ideal. Era un lugar de la Costa Vasca donde ya, aparcar el auto, era un imposible que no llevaba una media menor a las dos horas: abrir una ventana en la mañana y respirar aquella brisa, era para pocos afortunados (así se sentían ellos bajo los aguaceros); los días de mucha suerte, sólo llovían 20 litros por metro cuadrado. Un lugar ideal para surferos, aunque raro era el día de olas; y un espanto para el amante del baño, que veía ondear la bandera roja entre aquellos nubarrones amenazantes un día sí y el otro fijo que también.
Pero había pintxos muy ricos y buen txakolí, sidra guipuzcoana que competía con desventaja con la Asturiana, mucho orgullo patrio, aunque la mayoría de viandantes eran originarios de Madrid, Santander o Pamplona, sobre todo en el carísimo mes de agosto, donde se agotaban a final de mes todos los autobronceadores del lugar.
Joseba se quedó perplejo justo antes de llegar a la fase 1, cuando su propia madre le dijo: “hijo, tantos años de gimnasio y estás hecho un asco”, tal cual le dijo la amatxo, aquella orgullosa madre que siempre alardeaba de hijo guapo, listo y que parecía un vigilante de una playa californiana.
Comenzó Joseba una tabla propia de los Marines americanos machacando sin piedad su cuerpo. 1200 abdominales, otras tantas flexiones, sentadillas con ventoleras y en su mente el malecón y las tías macizas; los surferos con sus neoprenos marcando paquete; los niños inmaculados con sus papás inmaculados muy de derechas, muy boxeros y pene/uveros, aquel paraíso relajante, donde todo fluía por casualidad, donde corrían sangres orgullosas de su RH; donde de modo natural y alegre, entre los paraguas y los aguaceros escuchabas “yepaaaaa Itziar! Otra vez txirimiri no? Oye! Nos echaremos unos en el Otxarreta o qué! Ahí va la hostia nos va a frenar una galerna de nada”!
Llegó el ansiado agosto. Joseba lucía un cuerpo espectacular, pero un inesperado repunte del Covid19 echó al traste sus planes, mis planes y los tuyos.
En Zaralutz en ese agosto, no recordaron en toda la historia más horas de sol, ni un solo día de lluvia y tanta presencia policial de macizos y macizas haciendo guardia en aquel malecón.
No he sido así, aunque en los últimos días mi enfado ha ido en aumento y mis deseos de “aguar la fiesta” a tantos ineptos, insolidarios y egoístas, está creciendo de un modo preocupante. Nunca pensé en que, algún día, mi pulso interior lo venciese la rabia. Estamos pasando por algo muy feo y las personas han invisibilizado el sufrimiento ajeno, obcecados por los placeres que vendrán (o no). Me cabrea sobremanera observar esa desmedida preocupación de si uno podrá volver a contemplar el mar con esas sardinas frescas desde la terraza del puerto, mientras, en otros lares hay un sufrimiento irreparable, tantos que ya no volverán a escuchar la magia del sonido de las olas del mar, ni disfrutar con los ojos cerrados de esa brisa calma, tantos sueños y proyectos rotos...
Imagino que la Madre Tierra nos mostrará en adelante más enfados, con lo bien que le había sentado descansar un poquito del hombre. Ahora se ansía volver a cometer los mismos errores, volver a poner en funcionamiento los mismos engranajes, perezosa la idea de reinventarse, hacer las paces con el Planeta y ajustarse bien las gafas para ver y entender el porqué de las cosas. Seguimos sin aprender y llueve y seguirá lloviendo y bailaremos malditos bajo esa lluvia enfadada.
Pero había pintxos muy ricos y buen txakolí, sidra guipuzcoana que competía con desventaja con la Asturiana, mucho orgullo patrio, aunque la mayoría de viandantes eran originarios de Madrid, Santander o Pamplona, sobre todo en el carísimo mes de agosto, donde se agotaban a final de mes todos los autobronceadores del lugar.
Joseba se quedó perplejo justo antes de llegar a la fase 1, cuando su propia madre le dijo: “hijo, tantos años de gimnasio y estás hecho un asco”, tal cual le dijo la amatxo, aquella orgullosa madre que siempre alardeaba de hijo guapo, listo y que parecía un vigilante de una playa californiana.
Comenzó Joseba una tabla propia de los Marines americanos machacando sin piedad su cuerpo. 1200 abdominales, otras tantas flexiones, sentadillas con ventoleras y en su mente el malecón y las tías macizas; los surferos con sus neoprenos marcando paquete; los niños inmaculados con sus papás inmaculados muy de derechas, muy boxeros y pene/uveros, aquel paraíso relajante, donde todo fluía por casualidad, donde corrían sangres orgullosas de su RH; donde de modo natural y alegre, entre los paraguas y los aguaceros escuchabas “yepaaaaa Itziar! Otra vez txirimiri no? Oye! Nos echaremos unos en el Otxarreta o qué! Ahí va la hostia nos va a frenar una galerna de nada”!
Llegó el ansiado agosto. Joseba lucía un cuerpo espectacular, pero un inesperado repunte del Covid19 echó al traste sus planes, mis planes y los tuyos.
En Zaralutz en ese agosto, no recordaron en toda la historia más horas de sol, ni un solo día de lluvia y tanta presencia policial de macizos y macizas haciendo guardia en aquel malecón.
No he sido así, aunque en los últimos días mi enfado ha ido en aumento y mis deseos de “aguar la fiesta” a tantos ineptos, insolidarios y egoístas, está creciendo de un modo preocupante. Nunca pensé en que, algún día, mi pulso interior lo venciese la rabia. Estamos pasando por algo muy feo y las personas han invisibilizado el sufrimiento ajeno, obcecados por los placeres que vendrán (o no). Me cabrea sobremanera observar esa desmedida preocupación de si uno podrá volver a contemplar el mar con esas sardinas frescas desde la terraza del puerto, mientras, en otros lares hay un sufrimiento irreparable, tantos que ya no volverán a escuchar la magia del sonido de las olas del mar, ni disfrutar con los ojos cerrados de esa brisa calma, tantos sueños y proyectos rotos...
Imagino que la Madre Tierra nos mostrará en adelante más enfados, con lo bien que le había sentado descansar un poquito del hombre. Ahora se ansía volver a cometer los mismos errores, volver a poner en funcionamiento los mismos engranajes, perezosa la idea de reinventarse, hacer las paces con el Planeta y ajustarse bien las gafas para ver y entender el porqué de las cosas. Seguimos sin aprender y llueve y seguirá lloviendo y bailaremos malditos bajo esa lluvia enfadada.