DEMONIOS Y ÁNGELES
Se despertó empapada, deshidratada, con mucha agitación y un malestar que le punzaba el vientre.
Era lunes. Ana comenzó el día haciendo una fabulosa variedad arábica en la cafetera italiana. Tres americanos y cafetera limpia dispuesta para su siguiente carga.
La ducha fue intensa y larga. Ese día se recreó más de la cuenta, en un intento de calmar tensiones.
Precisamente le sobrevino una bajada tremenda de tensión al salir empapada. Se sentó rápidamente en el wc, evitando ya una más que inminente caída. Volvió a agitarse, esta vez se añadió una agobiante sensación de ansiedad. Alcanzó el secador de pelo y lo puso en funcionamiento, dirigiendo, en un perezoso baile, el chorro de aire caliente por todo su cuerpo. Ana adormecía de ese modo a sus demonios, provocándose una pequeña sensación placentera.
Salió a la calle, en compañía de su lebrel polaco. En su misma plaza, en un extremo, avistó al vecino más repugnante del barrio. Lo odiaban (Manuel el lebrel y ella). En otro nuevo intento, el vecino quiso ganarse la confianza del can, obteniendo por respuesta, como siempre, un gruñido amenazador. Le dije, como siempre también, "por algo será..".
La ansiedad iba y venía, provocando ascensores de bajadas y subidas vertiginosas, igual en la temperatura corporal que en el ritmo cardiaco.
Comenzó a llorar y a perder el rumbo, ganando el desinterés, otra vez, al motivo por el cual se había levantado en ese angosto y axfisiante lunes.
Manuel salvaba esos ratos en que Ana -invadida y derrotada por sus demonios- perdía los pasos, el rumbo y la motivación.
La casualidad y la mala suerte se unieron con muy mala "Kaiku", cuando Ana vio a Sonia, amiga años atrás, causante de la mayor de las depresiones que nadie podría imaginar sufrir. Sonia engañó a Ana acostándose con su pareja durante un tórrido idilio que duró apenas cuatro meses. Tiempo más que suficiente, para que Mariano, rendido a las artes amatorias de Sonia, mandara a paseo a Ana.
Aceleró sus pasos, con una sensación de ahogo. Fueron unos siete minutos, casi al ritmo de una carrera de fondo. Sus pasos dejaron de titubear; la dirección estaba marcada en su cabeza; la sonrisa se intuía en aquellos ojos que se asomaban sobre la mascarilla; metió la llave y giró.
Olía a ropa tendida, a ropa limpia y fresca. Se quitó la mascarilla en silencio. Al fondo del pasillo la puerta, la dirección marcada en su GPS mental.
"Manuel a tu sitio"
Giró la manilla, con el cuidado extremo de quien no quiere ser descubierto en el lugar.
Se desvistió aguantando la respiración. Entró, entraron, en silencio, con prisas contenidas, con ritmos de la música que no se inventó. Olía a limpio, a fresco, a gozo.
Los demonios se esfumaron, igual que ayer, igual que mañana.
Manuel aulló, al tiempo en que el silencio se rompía en aquella habitación con mar de fondo.
MARTA SALAS