CONVERSACIONES PRIVADAS
No le temblaban las manos, tampoco titubeaba cada vez que pulsaba "enviar". Esperaba con nervios la aparición del doble tick azul del destinatario: José, feligrés de la Parroquia Santiago Apóstol y portador en la procesión nocturna de Nuestra Señora de las Mercedes.
Tres años atrás, Don Agustín, llegado desde Palos de la Frontera, era nombrado Párroco de la Iglesia Santiago Apóstol. Prometió cambios en aquella Iglesia y consiguió un número no despreciable de fieles, tampoco fue insignificante, la cantidad de enemigos que sospechaban de las intenciones de este cura tan entusiasta.
Hizo mejoras visibles en la Iglesia. Todas ellas muy llamativas y estéticas, en forma de banderas, alfombras rojas y flores que adornaban aquel Templo, antaño, tan discreto. Algunos, decían que no pagaba las facturas, amparándose en su figura de Párroco, pero siempre salía airoso tras las recolectas entre los feligreses que creían ciegamente en su bondad, por el simple hecho de ser un hombre que había entregado su vida a Dios.
Don Agustín se comunicaba con el pueblo, bien desde el ambón, o a través del Watssap, al que dedicaba buena parte de su jornada laboral. La práctica mayoría de estos mensajes de contenido religioso, era reenviada, a todos los feligreses que tenía Don Agustín en su agenda. Luego estaban las conversaciones privadas con los voluntarios de la Parroquia, jóvenes y no tan jóvenes hombres laicos, que realizaban funciones diversas, desde portadores de procesiones hasta monaguillos seleccionados por su extraordinario atractivo físico. Don Agustín cuidaba hasta el último detalle por difundir la palabra divina. Los pequeños detalles eran los que diferenciaban a las Iglesias y él no escatimaría ningún pormenor, por poner a aquel lugar sagrado en el Podio de popularidad y en un número máximo de entusiastas feligreses.
Don Agustín vivía en un continuo estado de satisfacción. A veces, perdía el control.
Jose chateaba con el Párroco. Tradicional como era, este hecho, le proporcionaba orgullo y le reforzaba en su autoestima. Se sentía Elegido, importante por una vez.
Al principio, las conversaciones se disfrazaban de religión, hasta que, pequeñas bromas de contenido dudoso, fueron acaparando los chats. Se creó una tensión casi sexual entre Don Agustín y Jose. Era algo que a ambos les hacía sentir bastante emoción y que rompía de modo extraordinario, sus pesadas y aburridas rutinas.
Se acercaron a algo parecido al peligro (aunque a nadie hacían daño), cuando no supieron poner freno, sobre todo por parte de D. Agustín, nombre que le venía al pelo, igual que le venía como anillo al dedo el nombre del pueblo que le vio nacer.
Bollullos nunca fue igual después del día en que, en pleno Rosario, retransmitido en diferido por una enorme pantalla que ocupaba todo el altar, la megafonía del lugar comenzó a mezclar el Sagrado Rosario, con un audio del Párroco dirigido a Jose. Este vericueto de la tecnología jugó una mala faena a los dos viciosos. El montaje de enormes altavoces cuya función de hacer oír, alcanzaba hasta más allá de los confines del pueblo, hizo que todos, a excepción de Virginia, la Pescatera que era sorda, escucharan aterrorizados al sospechoso Agustín practicar sexo telefónico con Jose, aquel buen chico que siguió los senderos de la Palabra de Dios hasta perderse en su Poder.
Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos. (Dicho popular en la que fuera zona fronteriza del Duero durante siglos).
Marta Salas