APPS
10 de febrero de 2020 (00:42 h.)
Lunes crítico.
APPS
Marcelo medía su contorno de cintura cada miércoles, puntual, a las 8.30 hrs. Salía cada noche a caminar dos horas, como si le persiguieran 6 miuras, los cascos puestos y una voz de sargento que le dictaba el ritmo, las calorías que perdería si aceleraba el paso en los siguientes 100 minutos: “uno, dos, uno dos!!, Vas bien!!!” ; esa voz le aseguraba que en tres días podría, excepcionalmente comer dos tortas de maíz más. Cuando llegaba exhausto a casa, con un detector de alimentos de una hijaputa aplicación, medía las calorías de las dos piezas de fruta y del queso fresco en envase minúsculo que cenaría esa noche después de la rutinaria paliza. Se acostaba excitado, pensando en el desayuno del día siguiente, era víctima del control de aquel smartphone repleto de apps que controlaban su vida a cada minuto. Miraba extasiado los anuncios que aseguraban que Laura había perdido 33 kilos en dos meses (sin pasar hambre); que Pablo había terminado con éxito el ayuno de cuatro meses, luciendo un cuerpo de he-man y habiendo recuperado la actividad sexual con su mujer, sin apenas esfuerzo; Adela había eliminado todas las arrugas de su cara a los 48 años, además había aumentado el contorno del busto en dos tallas, gracias a una cosmética china a precio de ganga; a Alfredo unos masajes taiwaneses le habían aumentado el tamaño del pene en nada menos que 6 centímetros; Jordi lucía un pelazo espectacular después de usar la loción pelomás en apenas 40 días; Victoria, por fin evacuaba, cada mañana, con las hierbas de la abuela Candela, disueltas en una mezcla de infusión de algas kombu y Coca Cola.
Alcanzó momentos delirantes en los que comenzó a engañar a las apps. Medía las calorías de la manzana mientras el repartidor de telepizzón llamaba al timbre con una pizza familiar con relleno de queso en los bordes, bacon XXL y salsa barbacoa picante, acompañada de dos latas de cerveza de 50 ml San Gabriel. Sobrexcitado, cuando una dulce voz le decía “vas muy bien”, apagaba apresurado el móvil y corría a abrir al placer que llamaba a su puerta. Esto ocurría cada viernes, hasta el miércoles no volvería al deber de medirse el contorno y tener que rendir cuentas al Doctor Abdomineitor, app que desinstalaba a menudo, haciéndose el loco. Ya hacía trampa en todas las apps, se sentía superior a ellas, por una vez no fue sorprendido en la mentira. Vivía solo, con la compañía de Mac, un bulldog francés obeso, como él. A él sólo le confesaba sus artimañas.
Nos marcamos metas como excusa, a sabiendas de que no las alcanzaremos, y, mientras tanto, el reloj, implacable, insensible y mecánico sigue marcando las horas, las horas que ya perdimos, e imparable, las que perderemos.
Marcelo medía su contorno de cintura cada miércoles, puntual, a las 8.30 hrs. Salía cada noche a caminar dos horas, como si le persiguieran 6 miuras, los cascos puestos y una voz de sargento que le dictaba el ritmo, las calorías que perdería si aceleraba el paso en los siguientes 100 minutos: “uno, dos, uno dos!!, Vas bien!!!” ; esa voz le aseguraba que en tres días podría, excepcionalmente comer dos tortas de maíz más. Cuando llegaba exhausto a casa, con un detector de alimentos de una hijaputa aplicación, medía las calorías de las dos piezas de fruta y del queso fresco en envase minúsculo que cenaría esa noche después de la rutinaria paliza. Se acostaba excitado, pensando en el desayuno del día siguiente, era víctima del control de aquel smartphone repleto de apps que controlaban su vida a cada minuto. Miraba extasiado los anuncios que aseguraban que Laura había perdido 33 kilos en dos meses (sin pasar hambre); que Pablo había terminado con éxito el ayuno de cuatro meses, luciendo un cuerpo de he-man y habiendo recuperado la actividad sexual con su mujer, sin apenas esfuerzo; Adela había eliminado todas las arrugas de su cara a los 48 años, además había aumentado el contorno del busto en dos tallas, gracias a una cosmética china a precio de ganga; a Alfredo unos masajes taiwaneses le habían aumentado el tamaño del pene en nada menos que 6 centímetros; Jordi lucía un pelazo espectacular después de usar la loción pelomás en apenas 40 días; Victoria, por fin evacuaba, cada mañana, con las hierbas de la abuela Candela, disueltas en una mezcla de infusión de algas kombu y Coca Cola.
Alcanzó momentos delirantes en los que comenzó a engañar a las apps. Medía las calorías de la manzana mientras el repartidor de telepizzón llamaba al timbre con una pizza familiar con relleno de queso en los bordes, bacon XXL y salsa barbacoa picante, acompañada de dos latas de cerveza de 50 ml San Gabriel. Sobrexcitado, cuando una dulce voz le decía “vas muy bien”, apagaba apresurado el móvil y corría a abrir al placer que llamaba a su puerta. Esto ocurría cada viernes, hasta el miércoles no volvería al deber de medirse el contorno y tener que rendir cuentas al Doctor Abdomineitor, app que desinstalaba a menudo, haciéndose el loco. Ya hacía trampa en todas las apps, se sentía superior a ellas, por una vez no fue sorprendido en la mentira. Vivía solo, con la compañía de Mac, un bulldog francés obeso, como él. A él sólo le confesaba sus artimañas.
Nos marcamos metas como excusa, a sabiendas de que no las alcanzaremos, y, mientras tanto, el reloj, implacable, insensible y mecánico sigue marcando las horas, las horas que ya perdimos, e imparable, las que perderemos.