Vitoria
Se desató la charla tomando cervezas hace unos días en Donosti. Acababa de llegar a la comida tras pasar la mañana en Vitoria y mis amigos vascos se sorprendieron cuando les dije que mi abuela era de allí.
Para uno de ellos pareció una virtud, de golpe, que yo tuviera sangre vasca.
Entonces salieron los orígenes, y apellidos, de cada uno. De lo más variopintos.
Yo hubiera dicho ¡qué más da! Pero hice ver que mi otra abuela era de Cantabria, y mi abuelo paterno de Cartagena y el materno, sevillano.
Me gusta ser mezcla, incluso preferiría relatar que alguno de mis abuelos fuese japonés y otro de Perú, que tengo sangre africana y esquimal, que en mi árbol genealógico se distinguen antepasados que atravesaron las llanuras de China y que se juntaron con otros que vinieron de Madagascar.
Sin embargo, presumiendo de antepasados, estaría jugando al mismo juego absurdo de los que de enorgullecen de tener ocho apellidos vascos, o andaluces, o aztecas.
Sencillamente porque no nos aporta ningún valor de dónde vengamos, sino quiénes somos y qué hemos construido de nosotros mismos.
Nos pusieron en este mundo en circunstancias que ninguno de nosotros elegimos.
No nos vanagloriemos de aquello en lo que no hemos tenido nada que ver.
Autor de 'Nunca sabrás quién fui'