Una ciudad, un barrio, la escalera de un portal. Este es el punto de partida de En mar abierto, una novela coral construida con episodios reales que, con mirada certera y desprejuiciada, narra las vicisitudes de unas personas a quienes nuestro mundo parece haberles dado la espalda.
Rachid, Ahmed y Simo, que encuentran refugio en el piso superior del edificio, han cruzado solos el Estrecho siendo aún niños. En el ojo del huracán de la policía —y de toda una sociedad que les coloca el estigma de ser menas—, tratan de construir una vida propia sin plegarse a los dictados de quienes quieren disciplinarlos o, directamente, expulsarlos del país. Carmen, la vecina del tercero, y Lamp, el apacible vendedor ambulante con el que se cruza en la escalera, van tejiendo su tierna amistad. Juan, siempre asomado a su ventana, reparte gañidos a todo el que pasa por debajo. Hay una anciana en el primero que aparta la cortina, pero jamás se asoma. Justo encima vive Rafa, el joven camarero que, cansado de su padre y de las vacas, ha emigrado del pueblo a la ciudad. Pronto conocerá a Jenny, la mujer que ha cruzado el charco con el único afán de sostener a quienes ha dejado atrás. Todos —y muchos más— conforman una historia de gentes que, en mar abierto, tratan de sobrevivir al temporal.
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«Para contar historias hay que poner atención. Poner atención a lo que no se ve a simple vista. A lo que queda oculto bajo el (des)orden. En la novela social la tendencia a la espectacularización de "las historias de vida" es proporcional a la ocultación del entramado de poder político, económico y social que produjo esas vidas. Sobre todo cuando se trata de (in)visibilizar el racismo. Alejarse de esta tendencia "que vende" requiere un compromiso ético y político. Por eso leemos a Eduardo Romero. Precisamente porque rompe con ese mandato capital, no solo en el contenido, sino en la forma; y permite ver lo que sucede en las calles de Oviedo a través de un estilo literario descarnado, poco adornado, alejado del uso metafórico. A través de una novela en la que la contundencia semántica responde también a la crudeza de las violencias que se pretenden (des)tapar. Porque es también así como se desvela la ternura donde la mayoría solo ve fealdad».
—Ainhoa Nadia Douhaibi
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