'La larga ducha' de Jonathan Muñiz
Al entrar al baño, la ducha me pareció un oasis en el desierto de problemas que se volvió mi vida. El lugar era limpio y blanco, era sorprendente como lucía todo, tan alejado de la puerta de madera que marcaba el lugar de la intimidad. Ahora, la única señal del mundo exterior era la música alta y relajante que colocaba María, mi esposa. Habíamos peleado otra vez y ella solo quería descansar.
Supongo que la música le ayudaba, igual como lo hacía un baño caliente para mí.
Había algo sereno en el ritual antes de entrar a la ducha. Me quité la ropa y giré la perilla del agua caliente, ahogando todo, incluso la música de afuera, bajo el sonido del chorro. Entré. Las gotas pesadas y calientes chocaron contra mí, mojándome del rostro hasta el resto del cuerpo. Sin pensarlo, di un largo y fuerte suspiro. Luego pasó ese momento mágico donde la tensión desaparecía y lo que quedaba era la realización de mi vida.
- De verdad ha sido una tragedia cómica – me dije a mi mismo con una risa cansada – ¿qué fue lo que pasó?
Las ideas fluyeron mientras el agua continuaba cayendo. Mi mente me llevó al pasado, a días más felices y nostálgicos, lejos de todos los problemas de ahora. Si solo fueran tan sencillo olvidar las deudas y todo el estrés.
Suspiré, tomando el agua entre mis manos y echándomela en la cara.
Por ahora, no podía quejarme. Un baño caliente no era la respuesta a todos mis problemas, pero sí que ayudaba a olvidarme de ellos. Me apoyé en el muro helado y, sin pensar, dejé que el agua siguiera recorriendo. De no ser por esas duchas largas que hacía es probable que ya estuviera loco, siempre era la salida a todos mis problemas. Ahí podía pensar y darme un descanso, y en ocasiones, hasta sonreía.
Era tonto, lo sé, pero era una de las pequeñas cosas de la vida que más disfrutaba. Quienes dicen que no existe la intimidad – pensé entre risas – nunca se han dado un buen baño caliente. ¡Qué mal que todo tenía que terminar!
- Maldita sea… – dije, volviendo a meterme bajo el agua.
El tiempo se hizo lento debajo de la ducha. Dejé que el vapor creciera para crear un extraño sauna que a la vez nublaba mis sentidos y me sacaba de todo lo cotidiano. Me imaginaba alejado, solo, como si no existiera nada más en el mundo, y me gustaba. Quería dejar que el vapor y el agua caliente me transportaran a algún lugar lejano de mi mente, lejos de aquí y ahora, un sitio donde no me sintiera más así.
Un bonito sueño, aunque sabía que nunca se haría realidad. Cerré los ojos, perdiéndome en aquella ilusión y deseando que la pesadilla de mi vida desapareciera de una buena vez. Nunca quise todo este estrés, solo quería vivir feliz con María, ambos lo merecíamos. Pero ahora, quiero que algo termine con todo esto.
Entonces, fue cuando pasó.
Un estruendo y luego, un temblor. El cuarto entero se movió, tirando las cosas al suelo, dañando las paredes y rompiendo el espejo. Apenas tuve tiempo de sentir pánico, al moverme por la ducha buscando algo en qué apoyarme. No lo conseguí y caí sin poder reaccionar. Lo último que recuerdo antes de que todo se volviera oscuro fue escuchar el sonido de un golpe y el dolor.
No sé cuánto tiempo pasé inconsciente. Desperté mareado, desorientado, mientras el agua fría de la ducha todavía seguía enjuagando mi cuerpo. Afuera, todo estaba desordenado, como si una explosión hubiera ocurrido. La luz seguía encendida, pero parpadeaba constantemente y no confiaba que se mantuviera prendida por mucho tiempo.
Intenté levantarme, sintiendo un fuerte dolor de cabeza que me detuvo.
- ¿Qué es esto? – pregunté desorientado al tocarme la cabeza – ¿Sangre?
El pánico se asentó al ver el líquido carmesí fluir por mis manos y desaparecer con el agua por el drenaje. ¿Qué había pasado? ¿Un terremoto?, sin una respuesta, luego vino el terror de verdad.
- ¡¿María?! – grité – ¡Ayuda!
Mi terror aumentó al no escuchar nada. Tenía que moverme, salir del baño y conseguir ayuda. Con algo de valor y esfuerzo, logré gatear fuera de la ducha, apenas saliendo antes de volver a caer al suelo por culpa de otro temblor. La violenta sacudida le acompañó un estruendo, ambos más fuertes y altos que el anterior, tumbando el resto de las cosas sobre mí, incluyendo los pedazos de espejo que aún quedaban.
Logré cubrirme lo mejor que pude, pero no sirvió de mucho, al ser cortado en varias partes de mi cuerpo. No fue el dolor lo que me hizo entrar en pánico, fueron las heridas, la sangre. La certeza de que mi sangre era la que cubría mi cuerpo desnudo y se encontraba esparcida por el suelo.
No podía aguantarlo más. Grité de manera desesperada:
- ¡María! ¡Alguien! ¡Por favor, ayuda!
No hubo respuesta del otro lado de la puerta, pero sí escuché algo más.
Al principio me costaba saber de qué se trataba, luego todo estuvo claro. Un golpecito en la pared, bajo y constante. Pensé, con esperanzas, que era alguien que venía a buscarme, pero algo no andaba bien. No provenía del otro lado de la puerta, ni de las habitaciones a ambos lados del baño, sino de atrás, por la pared de la ducha, que daba al vacío de nuestro apartamento del cuarto piso. No había nada del otro lado de esa pared y, aun así, claramente se podía escuchar un golpecito continuo, algo desesperado e irritante, que, para mi sorpresa y horror, empezó a moverse.
Llegó a la esquina de aquel muro antes de pasar por el lado izquierdo, dentro del apartamento. Seguí el ruido con la vista, viéndola atravesar la pared a mi izquierda como si no hubiera un muro detrás que separaba el apartamento con el exterior. ¿Qué mierda estaba sucediendo?
El golpe no se detuvo. Continuando por la pared, atravesó otra vez la esquina hasta llegar al muro de la puerta y detenerse a solo unos centímetros de esta. Y luego, silencio.
Me estoy volviendo loco – pensé – nada de esto podía estar pasando. Me golpeé la cabeza y ahora estoy alucinando cosas ¿no? Hubiera creído eso, de no ser por aquel golpecito que volví a escuchar, sonando sobre la puerta de madera. No había un error, algo estaba afuera del baño.
- ¿Quién… quién está ahí? – pregunté, pero las palabras quedaban atoradas en mi garganta.
No hubo respuesta del otro lado, solo el mismo sonido. Esperé, pero nada cambió. Enojado volví a preguntar.
- ¡¿Quién está ahí?!
Igual, un sonido, que solo molestaba y continuaba. Estaba harto.
- ¡Si hay alguien, entra de una vez! ¡BASTA YA!
Mi grito resonó durante un rato antes de ser interrumpido por algo más fuerte del otro lado de la puerta. Sin aviso, un rugido alto, espantoso y desconocido cubrió todo a mí alrededor, tan intenso y gutural como nunca hubiera imaginado. Por unos segundos, ahogó todo lo demás, incluso mis propios pensamientos, de ser escuchados. Ya no podía controlar mi pánico ¿Qué había del otro lado?
Sin pensarlo y olvidando el dolor, me arrastré de vuelta a la ducha, bajo el agua fría, con la estúpida esperanza de que todo terminara. Respiraba con fuerza y podía escuchar mi propio corazón en mis oídos, casi a punto de explotar.
El pánico no terminó aun cuando el rugido paró. Todavía quedaba aquel golpecito, aquella señal de que algo quería entrar conmigo. Se había vuelto una tortura.
- ¡Basta! ¡Déjame en paz!
Grité, alto y fuerte. No podía escapar a este horror. Quería que todo se detuviera y no podía hacer nada para detenerlo. Solo podía gritar. Aun cuando mi garganta empezó a irritarse, no paré; cuando perdía el aire, buscaba más para continuar. Solo fue con el dolor de cabeza y de garganta, la falta de aliento y al borde de la inconsciencia, que deje de gritar, cayendo al suelo por el cansancio.
Silencio. Eso fue lo que escuché al callarme. Otra vez lo cuestioné todo. No sabía qué era verdad y qué era producto del dolor y del delirio. Esperé un rato largo en el suelo de la ducha, tratando de encontrar sentido a lo que estaba pasando, pero no había explicación alguna.
Con piernas temblorosas y con una gran lentitud, me levanté. Salí de la ducha y vi el desastre, los trozos de espejos, la sangre por todo el suelo. Entre ellos estaba mi ropa, ahora manchada, que con cuidado me coloque. Esperaba que eso ayudara algo, pero me sentía igual de desnudo que sin ella.
Di unos cuantos pasos hasta la puerta, colocando la mano sobre el picaporte, deteniéndome. Tenía miedo de abrirla, sentía un horror de descubrir qué había del otro lado. No era una ilusión. Existía un peligro que me esperaba detrás de esa puerta. Coloqué mi oído en la madera, confiando en escuchar algo, y lo hice. El sonido claro, fuerte y lento de un aliento del otro lado.
Me costaba respirar. Quise alejarme, pero no podía. Aun aterrado, no pude soltar el picaporte porque sabía que no había otra cosa que hacer. La ducha, el baño, toda la habitación… ya no era un lugar seguro. Apenas pensaba con claridad. Un sudor frío recorrió mi espalda y mi cuerpo al darme cuenta de lo que tenía que hacer. No había otra manera, debía salir de esta locura.
La puerta se abrió con el movimiento de mi mano. Primero, un viento caliente me golpeó al abrirse. Para mi sorpresa y mi terror, no estaba en el corredor del apartamento. En su lugar me encontré frente a una opresora oscuridad que parecía no terminar. No sé cómo no me volví loco, estando en la negrura sin nada en ninguna dirección. Pensé estar afuera en la noche, pero ¿dónde estaban las estrellas?
Luego miré hacia abajo, al puro vacío sin fin. Estaba en la absoluta nada y, aun así, no me sentía solo. Había algo que me miraba dentro de aquella oscuridad. Lo sentía, como sentía otra cosa, algo que había olvidado por completo.
Pensé en volver y cerrar la puerta, olvidar todo aquello y dejar que terminara por su cuenta, pero no podía, no por terror sino porque había algo más que me aterraba. No lo había pensado hasta ahora, pero alguien más estaba atrapado conmigo en esta oscuridad.
Al instante y sorprendiéndome, lo volví a escuchar. Allí a lo lejos, perdido en la nada, aquel golpecito que antes tanto me torturaba, llamándome de nuevo.
Ignorando toda lógica y razón, todo temor y duda, y evitando pensar en cualquier peligro, di un paso hacia la oscuridad, sintiendo el sólido piso debajo de mis pies. Miré una última vez dentro de la ducha, aun dudando de lo que iba a hacer, antes de volver y comenzar a caminar. El miedo me consumía más y más con cada paso que daba hacia la negrura y sintiendo el aliento y la mirada de lo que sea que estuviera escondido en ella. No me podía detener, debía encontrar a María.
Caminé sin parar, siguiendo el sonido y dando vueltas por lo que pareció una eternidad en aquel vacío. Mis piernas me dolían y mi mente giraba mientras sentía que la oscuridad me distorsionaba, pero luego, a lo lejos, lo vi. Una luz diminuta a la distancia, apenas perceptible, aunque muy real. De repente, el dolor y la duda ya no eran tan agobiantes.
Corrí hacia la luz, dándome cuenta de lo que era, la sala de mi apartamento, destrozada y partida como estaba el baño del que salí. Las luces que veía eran las lámparas que habían sobrevivido, brillando de alguna manera que no entendía y no cuestionaba. Corrí cada vez más rápido, viendo más de los detalles de aquella habitación, hasta que por fin la vi. Estaba tendida en el suelo, apenas moviéndose. No hacía otra cosa que golpear el piso de madera sin parar.
- ¡María!
Grité fuerte y claro, al dar una última carrera con todo lo que tenía. Esperaba que me escuchara, pero otra cosa lo hizo.
Más allá de la luz, la oscuridad empezó a moverse. A ambos lados, apenas pude ver el movimiento escondido de algo enorme, viendo unos ojos brillantes y monumentales a la distancia, rodeados de sombras, que flotaban a varios metros del suelo. El cuerpo de esa cosa estaba cubierto por la oscuridad, si no es que eran las mismas sombras. Luego apareció una mandíbula enorme de una bestia hambrienta, cuyos dientes afilados los cubría una gruesa capa de saliva que se desbordaba por su boca.
La criatura se levantó, desplazando la misma oscuridad como si fuera agua con cada movimiento de su enorme cuerpo. No debía ser más que una hormiga para esa cosa. Me miró y conocí un nuevo terror. Era antiguo, tal vez lo más antiguo que haya existido, y quería devorarme, devorarlo todo, para regresar a la nada oscura que conocía. Aquel monstruo rugió, sacudiendo el suelo a mí alrededor, antes de comenzar una carrera hacia el mismo lugar al que iba yo.
No me dio tiempo de pensar y de haberlo hecho tal vez hubiera perdido la razón, solo había tiempo de correr, de llegar a donde María antes de aquella cosa. Corrí, tan rápido que pensaba que mis piernas quedarían destrozadas; sin importar el miedo, la duda y el dolor, solo corrí para llegar a ella. Pasé al lado de los muebles, por los sillones caídos, los estantes rotos y los vidrios esparcidos. Pasé por las lámparas caídas y rotas, pisé la alfombra donde ella estaba y, con un salto, la cubrí con mi cuerpo en el momento exacto en el que aquella bestia cayó sobre nosotros, sumergiéndonos a ambos en una nada húmeda y una oscuridad total.
Y luego, silencio.
Por un momento, pensé que estaba muerto, bueno en verdad todavía no estaba seguro de estarlo o no. No sentía o veía nada, pero si escuchaba algo, muy lejos, que me llamaba. Era una voz triste y diminuta. Estaba muy cansado para escucharla, solo quería descansar y dormir, pero no me dejaba.
- Por favor, despierta…
Dijo la voz con claridad.
- Abre los ojos, no me dejes.
Decía desesperada.
- Te necesito aquí… por favor.
No podía hacer lo que me pedía.
- ¡Leo!
La luz me golpeó en la cara cuando abrí los ojos. Nublado por el pánico, miré a todos lados, aterrado de encontrarme solo en ese lugar oscuro, pero no fue así. Estaba en el suelo de la sala destrozada, tal como se hallaba en aquel vacío, aunque ahora bañada en la tenue luz de la mañana que le daba un aire de tranquilidad a todo. Casi no pude creer al ver por la ventana el cielo despejado del amanecer y la ciudad afuera.
Sobre mí estaba María, llorando y mirándome con una sonrisa que no comprendía.
- ¿Por qué lloras? – Le pregunté.
- Porque tenía miedo de perderte.
Respondió, rodeándome con sus brazos.
La abracé de vuelta, al principio por pura confusión y luego por genuina felicidad. Yo también empecé a llorar, no me podía contener. No sé qué fue lo que pasó durante la noche, pero nada había cambiado. Todavía teníamos muchas cosas que resolver y no todo sería sencillo, pero ahora sentía que tampoco sería tan difícil.
AUTOR: Jonathan Muñiz
Biografía del Autor:
Mi nombre es Jonathan Muñiz, Venezolano de 26 años que ahora vive en Uruguay. Siempre he querido ser un escritor de terror, acción y aventura que busca entretener y hacer pensar un poco.