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RELATO CORTO

El segundo nivel

El segundo nivel, relato corto de José Joaquín López.
El segundo nivel, relato corto de José Joaquín López.
El segundo nivel
Yo tenía nueve años cuando mi papá mandó a hacer nuestra casa en un terreno que había comprado algunos años antes. Recuerdo que desde el principio mi mamá insistió en que construyera un segundo nivel que fuera independiente, con una pequeña sala y cocina, un apartamento pequeño. Mi papá no estaba convencido porque eso encarecía el precio de la casa, pero fue tanta la insistencia de mamá que al fin hubo un segundo nivel, un pequeño apartamento. 

 

El segundo nivel tenía dos dormitorios pequeños, baño, una pequeña sala y una pila para lavar ropa. La cocina era parte también de la sala. Mi mamá subía a leer una media hora por las tardes. Lo primero que colocó fue una pequeña librera con sus libros favoritos. A veces me invitaba a subir y me leía sus pasajes preferidos de los libros. En ese entonces no me sonaban tanto las palabras, pero me gustaba que me invitara a subir con ella.

Los dormitorios de arriba pasaron tiempo desocupados, pero mi mamá vigiló siempre que no se convirtieran en cuartos para guardar cosas y a la primera que pudo compró un par de catres baratos para tenerlos por si había visitas. Mi abuela, la mamá de mi papá, dormía arriba cuando venía a visitar o cuando se quedaba con mi hermano y yo cuando mis papás iban a alguna fiesta o reunión. A veces, cuando discutían mis papás, mamá subía y dormía arriba un par de días y bajaba ya cuando había pasado el enojo.

Cuando crecimos con mi hermano y mi mamá tuvo más tiempo, se interesó en trabajar por internet. Las redes sociales comenzaban, no habían explotado. Consiguió escribir para algunas revistas en línea. Compró una computadora barata e instaló su oficina en el segundo nivel. Después de revisar que hiciéramos tareas, subía a trabajar o a leer. Aprendió inglés por su cuenta y comenzó a conseguir trabajos en el idioma. Me lo contaba muy orgullosa de sí misma, y cuando le caía algún pago extraordinario, nos invitaba a una pizza.

Mi abuelo, el papá de mamá, llegaba a veces a visitar, pero no le gustaba subir gradas para el segundo nivel, porque decía que le dolían las rodillas. Subió un par de veces, mi mamá le contó muy entusiasmada sobre su trabajo en internet, y aunque el abuelo no entendía de qué iba, vi en sus ojos que estaba contento por mamá.

Por su parte, me parecía que a mi papá no le gustaba mucho lo de que mi mamá trabajara y se estuviera en el segundo nivel. Ella fue siempre muy disciplinada y hacía todas las tareas del hogar sin falta, pero también era muy buena en delegarnos el trabajo. De adolescente me enseñó a cocinar platos básicos. Para que no te murás de hambre si no estoy yo, decía.

Un día de tantos mis papás discutieron fuerte, y mamá se subió al segundo nivel, sin prácticamente bajar durante tres semanas. Yo pensé que ya no bajaría, pero bajó y se miraba contenta. Todo parecía normal, salvo que papá a veces la miraba de reojo, como queriendo saber qué pensaba ella. Mi hermano tuvo un par de años en que se enfermaba seguido del estómago o del catarro. Mi mamá lo subió durante un mes al segundo nivel junto con ella, y mejoró, y no se volvió a enfermar tan seguido.

El año en que yo me gradué de bachillerato, después de una pequeña discusión con nosotros en la cena, ella subió al segundo nivel y no bajó durante dos meses enteros. Con mi hermano no nos explicábamos qué paso, porque lo que discutimos esa vez era sobre que pronto ya seríamos grandes y tendríamos que buscar trabajo. Mi papá insistía en que ingresáramos al mercado laboral lo más pronto posible y mi mamá no estaba de acuerdo. Pero la discusión no había sido acalorada ni nada parecido. 

Nos llamaba a mi hermano y a mí para pedirnos que subiéramos comida e insumos. Contrató a una señora que vivía cerca para ayudar con las tareas domésticas. Ella nos cocinaba y nos hacía subir todos los días para preguntarnos cómo estábamos. Mi papá no subía, estaba molesto con la situación. Un día cualquiera bajó de nuevo y actuó como si nada hubiera pasado. 

Un día después de año nuevo mi mamá subió al segundo nivel y ya nunca bajó. Al principio pensamos con papá y mi hermano que bajaría eventualmente, pero pasaron dos y tres meses y nada. Fuera del hecho de que no bajaba, ella se miraba normal, hasta un poco más contenta. Nos hacía comida y si agarrábamos un catarro nos hacía subir a mi hermano o a mí. Yo era el encargado de ir al banco y sacar efectivo que se necesitara. Solo esperó que cumpliera los 18 y me dio mi tarjeta de crédito para que pudiera comprar cosas para ella y para nosotros. Lo hizo todo en línea, todavía no sé como.

Vino el abuelo, una sicóloga y un par de tíos, hermanos de mi mamá. Ninguno la convenció de bajar. Dependiendo de quién subiera a hablar con ella, le decía que llegaría el tiempo. El que no subía era mi papá. A él lo miraba triste. Mi hermano y yo no nos atrevíamos a hablar del tema delante de papá. En la colonia hubo el rumor de que mi mamá estaba muerta, de que se había vuelto loca y de que se había ido con otro hombre. Pocos se atrevían a preguntarnos por ella, pero cuando tocaban el tema lo evadíamos o simplemente decíamos que estaba en casa.

Por otro lado, mamá estaba en perfecta salud. Hacía su rutina de ejercicios con su música, trabajaba por internet y lavaba nuestra ropa. Le pagaba a una vecina para que hiciera la limpieza de la casa. Aprendió a cocinar muy rico y nos hacía pasteles especiales para los cumpleaños. Una vez que subí a verla le pregunté que por qué no bajaba y si yo había tenido algo de culpa. No, mi rey, vos no tenés la culpa de nada, dijo, abrazándome. 

Pasó el tiempo y llegó la pandemia. Ahora todo mundo estaba encerrado como ella, con temor al exterior. En casa ella fue la única que no enfermó. Ella pagó a alguien que la viniera a vacunar, no sé cómo contactó a la enfermera. A mi hermano y a mí nos obligó a subir cuando nos tocó. Papá no quiso subir al principio, pero a él le dio muy fuerte y hasta tuvo que usar oxígeno. Un día que se sintió muy mal subió con ella para que lo cuidara y atendiera. Así hicieron las pases. Después de esa vez, también sube mi papá a saludarla varias veces a la semana y a veces los puedo escuchar hablando por horas. Para los cumpleaños subíamos a cantar el happy birthday con ella.

Yo tenía la esperanza de que al pasar la pandemia ella bajaría y saliera a la calle. Pero nunca bajó. Sigue ahí arriba. A veces la oigo cantar sus canciones preferidas. Canta muy bien. 

José Joaquín López

www.anecdotario.net 

 

 

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