RESPETAR Y DISFRUTAR DE LA NATURALEZA
Somos cada vez más las personas que tenemos costumbre de acudir al medio natural y rural. Lo hemos hecho la pasada Semana Santa y lo seguiremos haciendo ahora que estamos en la primavera, recorriendo el campo y disfrutando del aire libre y de la paz interior y exterior que sólo la naturaleza nos puede regalar.
Esos días de contacto con la naturaleza son un momento ideal para comprender que los espacios naturales son un patrimonio común que hay que compartir y que debemos proteger con una actitud respetuosa y responsable, con independencia de las actividades a las que nos vayamos a dedicar en ellos. No importa si escalas, paseas, fotografías o vas en bici: respeta. Esa es una cuestión fundamental.
Un dicho popular dice que “para amar algo hay que conocerlo”. Por eso animo a la ciudadanía a que vuelva a la naturaleza y contacte con su entorno y con las tradiciones asociadas al mismo, conociendo, por ejemplo, los espacios de la Red europea Natura 2000 de Navarra, así como otras zonas. Concretamente, el 27% del territorio navarro, 281.000 hectáreas, y más de cuarenta espacios naturales de importantísimo valor ecológico, forman parte de la Red Natura 2000, una gran red europea ideada para garantizar la conservación de la biodiversidad. Y que está integrada, por 17 Zonas de Especial Protección para las Aves (ZEPA), y 42 Zonas Especiales de Conservación (ZEC).
Pero también cuando estamos en plena naturaleza, en el monte, no debemos pensar que uno o una puede hacer lo que le viene en gana. Tenemos que ser conscientes que nuestra forma de actuar es muy importante. Un uso inadecuado de estos lugares puede provocar notables impactos en el suelo, en la flora y la fauna. Si a esto se añade la extraña costumbre de arrojar basuras, no es de extrañar que muchos lugares estén tan degradados que casi no sirven para su fin original: el descanso y el contacto con la naturaleza.
Por eso, hay que observar unas normas de comportamiento. Al lado de montañeros y montañeras, naturalistas y familias también salen al campo personas que meten ruido, que realizan verdaderas “diabluras” como dejar señales en los árboles, y también siguen existiendo los tristemente célebres “domingueros”, que dejar la basura por todas partes.
Muchas veces se piensa que determinados residuos arrojados en el campo se degradan sin mayores problemas. Nada más lejos de la realidad. Un papel clínex puede tardar tres o cuatro meses en degradarse, los restos de comida no terminarán de pudrirlos los microorganismos del suelo antes de ocho meses, un cigarrillo con filtro requerirá de 1 a 5 años, y un papel de periódico -mucho más resistente que los papeles higiénicos-, unos seis años, más o menos los mismos que un chicle. Pero lo peor son los envases, que supone el 40% de los residuos que se acumulan en los espacios naturales. Hechos para durar y con el peso mínimo para que facilite el transporte del contenido, los envases son el resultado de complejos procesos químicos que nada tienen que ver con los materiales que se encuentran en la Naturaleza. En su inmensa mayoría, los envases no tienen insectos, hongos o bacterias que los degraden y es la erosión y los agentes químicos naturales quienes harán el trabajo de retirarlos de la vista. Un tetrabrik (compuesto de cartón, plástico y aluminio) resiste a la erosión varias décadas; una bolsa de plástico, 55 años; una botella de plástico, 500 años; un vaso de plástico, de 65 a 75 años; y así podríamos seguir.
Por otra parte, el acumulo de desperdicios degrada también el paisaje. Asimismo, otra acción del ser humano que provoca un fuerte impacto en la vegetación y la flora, es el corte de leñas para hacer fuego, corte que generalmente se produce sobre cualquier vegetal y en cualquier estado, hecho que favorece en muchos casos la implantación de parásitos en las heridas abiertas al árbol. Cuando existen plagas en bosques próximos el riesgo se incrementa considerablemente.
Así, en primer lugar, es necesario actuar con el sentido común, evitando, por ejemplo, los fuegos, el destrozo de la vegetación, no arrancando, talando o serrando ramas ni árboles para construir refugios o en general esas simpáticas cabañas. Además, esas prácticas están penadas por la ley.
Con respecto a la basura, hay que poner en marcha nuestro propio programa de vertido cero. Los desperdicios, pulcramente recogidos en bolsas, deben ser depositados en el contenedor más próximo o, si no lo hay, llevarse la basura a casa, dejando el lugar de forma que parezca que allí no ha estado nadie.
También hay que procurar no molestar a los animales que encuentres, tanto salvajes como domésticos. Si llevas perro, tenlo bien amárralo y vigilado para que no los asuste.
No dañar vallas, setos y tapias. Además de los daños inherentes a la rotura del límite, un muro de piedra puede ser, también, refugio para fauna como insectos, arácnidos, reptiles y micromamíferos, amén de ser Patrimonio Cultural.
La espeleología no debería convertir las cuevas en horribles muestrarios de estalactitas y efímeras declaraciones amorosas o de otro tipo indeleblemente grabadas en la roca.
Además, conviene informarse previamente del lugar o paraje natural a donde se va el domingo o el fin de semana, los caminos más cercanos para andar, bosques, ríos, parques… Escuchar a los habitantes de esas zonas, conocer sus recursos y su forma de vida, y valorar por lo general lo mucho que hacen por la conservación de la naturaleza. En definitiva, respetar la vida rural. Estos días, la organización agraria EHNE ha recordado que el monte "no es solamente una zona de esparcimiento", sino "que hay una gestión del entorno detrás, una familia que vive de ellos y un forraje que garantiza el bienestar de los animales", por lo que ha pedido "respetar" los cierres de los prados.
La vida al aire libre y el contacto directo con la naturaleza deben servirnos para aprender a valorarla y protegerla, desde el respeto al entorno y el comportamiento responsable.
Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente