Pestillo

FOTO: MARTA SALAS

Soy de los que creen en la infancia como una etapa fundamental en la vida de las personas. Un período sobre el que, desafortunadamente, no tenemos apenas dominio.

 

Es cuestión de azar que te toque una familia que te eduque en valores, que te trate con cariño sabiendo imponer normas básicas, que te dé tu espacio.

 

Tengo muy cerca ejemplos detestables de mala educación disfrazada de buenas intenciones. Niños malcriados, caprichosos, insoportables por consentidos.

 

Tuve la suerte de caer en el lado de aquellos, numerosísimos, que hemos sido formados con un alto grado de sentido común y mucho amor.

 

Mi susceptibilidad de los primeros años, la cabezonería, la hipersensibilidad de esos años de niño me hubiesen podido costar en el futuro una vida de un frustrado de no haber sido por lo que viví en casa.

 

Solía enfadarme como un energúmeno por cada comentario que yo considerase hiriente. Me levantaba del sofá, con todo el orgullo que cabía en un enano de 6 u 8 años, me encerraba en mi habitación y echaba el pestillo. Apagaba la luz. Lloraba y sufría en mi rincón de incomprendido.

 

Un día de cabreo llamó mi padre a la puerta y me explicó que, mientras yo pasaba las horas encerrado, rumiando mis cabreos, ellos seguían viendo la tele tan tranquilos.

 

―El único que sufre eres tú.

 

He visto a lo largo de mi vida tantos pestillos cerrados que me congratulo de haber tenido un padre que me explicase, siendo yo un niño, que la felicidad está en nosotros, que el mundo no gira a nuestro alrededor, que las cosas no se solucionan encerrándote en ti con tus miserias.

 

Salvador Navarro - Escritor

Autor de 'Nunca sabrás quién fui'