Compasión
Hay sentimientos que uno no sabe si calificar como positivos o negativos, si sacan lo mejor o peor de ti.
Es difícil que a cualquier persona sensible no se le caiga el alma al suelo viendo a un niño terriblemente enfermo, a una persona con la cara deformada, a un viejo incapaz de sostenerse, a un ciego de ojos blancos tratando de trazar un camino en las tinieblas de nuestro mundo luminoso...
Hablaba de ello el otro día paseando por el centro de Sevilla con mi amiga Mari Ángeles, al cruzarnos con una niña de seis o siete años con los músculos de las piernas atrofiados.
Mari Ángeles vino a decirme que compadecer a esa niña es colocarte a un nivel inferior, es despreciarla, es creer en su imposibilidad para ser feliz y disfrutar, en su escala personal, del sentido más alto de su existencia.
Compasión suena a bondad, compadecer suena a prepotencia... y éste es el verbo de aquel sustantivo.
¿Bondad surgida de nuestra idea cuadriculada de lo que es la felicidad? ¿Prepotencia por pensar que estamos en el lado sano del mundo de los vivos?
Es un ejercicio complejo, que tendríamos que practicar, el de mirar de igual a igual a aquéllos que nacieron o se enfrentaron a una existencia distinta, nunca menos válida que la nuestra.
Tal vez sean ellos quienes estén más cerca de la Verdad...
Salvador Navarro - Escritor
Autor de 'Nunca sabrás quién fui'