EPIDEMIOLOGÍA Y CORONAVIRUS
Antes de comentar sobre cualquier tema, como casi siempre hago al prepararme alguna presentación pública, de las primeros pasos que doy es consultar con un diccionario, buscando la definición de ese término.
Ahora mismo, al hablar sobre “epidemiología”, he hecho lo propio, y su definición es: “Parte de la medicina que estudia el desarrollo epidémico y la incidencia de las enfermedades infecciosas en la población.” Realmente, en su literalidad etimológica, es el conocimiento sobre las “epidemias”: epi (sobre) demos (pueblo) y logos (estudio o tratado). O sea, lo que afecta a la población… O sea, en “román paladino”, el estudio del comportamiento de las enfermedades.
¿Y cómo han estudiado los epidemiólogos esta epidemia por el COVID-19? Mejor dicho, ¿qué medidas han tomado las autoridades tras lo dicho por los epidemiólogos de sus comités de científicos?
A la vista de lo ocurrido, cada país ha tomado medidas diferentes. En España nos ha tocado un confinamiento muy rígido (al estilo de Italia, Francia), mucho más que en otros países europeos como Alemania, Suecia. Y lo curioso es que la mortalidad en nuestro país y los de alrededor (salvo Portugal) ha sido mayor que la de estos últimos…
Pero una de las cosas a tener en cuenta, antes de tomar y aplicar los resultados de este tipo de estudios epidemiológicos, es la necesidad de considerar y ser dignos de estudio una serie de factores que pueden cambiar de un territorio a otro.
No es lo mismo la curva de afectados (y su mortalidad) por una epidemia como en el caso del coronavirus en una población más saturada de personas mayores que en otras poblaciones en las que no haya tanta persona mayor. Por ejemplo.
Otra cuestión práctica. Si contemplamos los hechos de una epidemia como ésta, es muy diferente la efectividad de un confinamiento y cierre de fronteras en los inicios de la epidemia que cuando ya el virus se ha paseado libremente por el territorio… Y en España se han producido reuniones masivas de personas muy alegremente a comienzos de Marzo cuando ya veíamos lo que estaba ocurriendo, primero en China y posteriormente en Italia. Pero claro, cuando vemos que en nuestro territorio no hay señal alguna del bicho… ¿quién es el guapo que ordena la prohibición de mítines partidarios, partidos de fútbol de grandes competiciones, las manifestaciones del 8-M y el posterior confinamiento?
Es muy fácil enjuiciar lo sucedido ya “a toro pasado”… (y esto me lo achaco también ahora a mí mismo). Lo primero que debemos hacer es respetar a las personas que han tenido que tomar ese tipo de decisiones tan difíciles. No me gustaría estar en el pellejo de ninguno de ellos.
En España, la cara visible de la epidemia ha sido el Dr. Fernando Simón, un epidemiólogo que fue duramente criticado en los comienzos de la epidemia por varias asociaciones médicas porque no tomó decisiones drásticas de aislamiento en la población a primeros de Marzo.
Yo, como cualquier persona que se cuestione con “dos dedos de frente” las cifras que nos van presentando día a día desde el Ministerio de Sanidad, lo que he echado de menos en todo este follón es un conteo real de las personas afectadas por el coronavirus.
Se han ido haciendo las pruebas del “PCR” (para identificar la presencia de carga viral) exclusivamente a las personas que presentaban un cuadro clínico susceptible de diagnosticarse como neumonía por COVID-19, dejando sin esa prueba determinante a la inmensidad de la población, tanto la que presentaba cuadros leves como a personas que no sufrían síntoma alguno. Y no ha sido por nada, sino porque no ha habido capacidad en nuestro sistema sanitario para afrontar semejante demanda de pruebas diagnósticas.
Más a mano, más rápidos y con menor coste por prueba, también han entrado posteriormente en el juego de la epidemia esos llamados “tests rápidos”, que pillan a las personas que poseen anticuerpos frente al COVID-19 en su organismo. Cada una de estas dos pruebas muestra resultados que quieren decir cosas distintas, pero no me voy a meter ahora en esa cuestión particular.
Consecuencia de todo este lío: que la tasa de mortalidad (o la de letalidad) en infectados se ha acrecentado de forma exagerada. No es lo mismo calcular esa tasa, por ejemplo, dividiendo los fallecidos por el bicho diagnosticado entre 1.000 personas enfermas (graves o leves)… que entre los miles y miles de personas que han tenido contacto con el mismo germen pero que han tenido un sistema inmune a prueba de COVID-19 y no han sufrido ninguna enfermedad. Esto es lo que se está viendo ahora, en la medida en que hay mayor cantidad de test disponibles para la población.
Otro tema que ha dado pena presenciar en España es que los datos que cada Comunidad Autónoma iba aportando al Ministerio de Sanidad contaba juntas, para entendernos, peras y manzanas… Realmente lamentable. Con malos datos no hay manera de sacar adelante estadísticas certeras sobre ningún fenómeno.
Por el mundo hay otros Fernandos Simones que han salido a la palestra, no tanto como portavoces de gobiernos sino como meros profesionales acreditados del asunto, llamados y entrevistados por los medios de comunicación.
El profesor Hendrick Streeck hizo un estudio en una zona de Alemania que estaba siendo azotada fuertemente por la epidemia, Heinsberg, y llegó a la conclusión de que la mortalidad real, incluyendo a la población asintomática, era del 0’37%. Decía que esta cifra que no se podía extrapolar a otras poblaciones, dado que, por ejemplo, los países mediterráneos viven el criterio del distanciamiento social de forma muy diferente a ellos, los germanos, y la cifra de población anciana también es mucho mayor que la de ellos, teniendo las personas mayores mucho más riesgo de enfermar por el COVID-19…
En otras declaraciones posteriores, he visto decir al anterior profesor que estamos haciendo lo contrario que necesita nuestro sistema inmune: permanecer en casa y no contactar con el Sol.
Otro epidemiólogo que ha trabajado durante un montón de años realizando modelos de epidemias en la Universidad Rockefeller, el Dr. Knut Wittkowski, es partidario de no confinar a la población más joven, niños y adolescentes (aparentemente no afectados por la epidemia) sino de aislar a la población más mayor, los verdaderamente susceptibles de aglutinar los cuadros más graves y las más altas cifras de mortalidad.
La finalidad de esta idea es conseguir cuanto antes la “inmunidad de rebaño”, lo que haría que el virus no tuviera personas en las que continuar su periplo humano y terminara por desaparecer.
La Universidad Rockefeller se aprestó a distanciarse de las opiniones de este investigador estadístico que alojó en su plantilla durante más de 20 años como Jefe de Departamento de Bioestadística, Epidemiología y Diseño de Investigación.
En palabras del polémico investigador, tomadas de la red, “El distanciamiento social y la cuarentena de todos no ha salvado vidas en ninguna parte; sólo se ha prolongado la curva, causando más muertes y disminuyendo la inmunidad natural colectiva, que es lo único que detendrá esta epidemia”, como ocurre en cualquier infección respiratoria epidémica, como por ejemplo en la gripe. Este investigador vaticina, de continuar con la actual política de confinamientos y el consiguiente aplanamiento artificioso de la curva epidémica, una segunda oleada de infecciones por coronavirus en otoño.
Y termino su presencia en este escrito con una frase antológica: “Si la población no lucha por sus derechos, sus derechos serán olvidados”. Una frase, creo yo, para rumiar y no olvidar.
(continuará)
Salud para ti y los tuyos.